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Columna
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Admiradores

Hace algunos meses les contaba en esta misma columna lo peliagudo que es tener fans, amigos o admiradores en este oficio. Vamos, que a un escritor le sale un devoto de sus artículos o novelas y se busca la ruina. A Stieg Larsson, el autor sueco que la palmó de un infarto tras escribir más de 3.000 páginas de la trilogía Millenium, le salió después de muerto un amigo de toda la vida con un libro en el que, menos de la matanza de los inocentes, lo acusaba de todo. Y eso porque el castillo de Herodes queda algo lejos de Estocolmo.

Lo de Judas fue un juego de niños comparado con la mala bilis que pueden desembuchar estos odiadores profesionales. Ahí tienen el caso de Kapuscinski, uno de los mejores periodistas de nuestro tiempo que también cometió el pecado de tener un discípulo predilecto que ni siquiera pudo esperar a que se enfriara su cadáver para llamarle farsante, delator, comunista y escoria. Menos mal que eran amigos.

Ni siquiera los héroes pueden librarse de esta plaga. Ahora le ha llegado el turno a Clint Eastwood. El autor de la biografía en este caso es un reputado crítico llamado Patrick McGilligan que confiesa, cómo no, haber sido ferviente admirador del director de Mystic River.

Aquí nos quejamos, pero la moda de lo políticamente correcto en América no conoce límites. Ya puedes dirigir Million Dollar Baby o Gran Torino que si le discutes el coste del divorcio a tu ex, te joden vivo. Como si por encima de hacer unas películas estupendas, uno tuviera que ser simpático y regalarle un pavo a la suegra el día de Acción de Gracias.

Cuando Eastwood llegó a Almería en sus comienzos, jovencito, un metro noventa y cara de pocos amigos, la gente lo miraba raro. Rodó con Sergio Leone El bueno, el feo y el malo, y los de aquí, extras y secundarios, lo consideraban un friki porque mientras ellos se lo pasaban en grande en la cantina del Cabo de Gata, él se quedaba leyendo a Faulkner en una silla de tijera. Hoy es el último clásico vivo que queda en Hollywood.

Pero esa no es la razón de que escriba este artículo. Lo mío es más simple. Clint Eastwood me cae de puta madre. Me encanta su temple. Su mal genio me hace sonreír, su timbre de voz gastado y un poco hosco me suscita un punto de ternura y además a sus setenta y nueve años, el cabrón me sigue gustando muchísimo. Comprenderán que me fastidie un rato que venga el odiador de turno a darle lecciones.

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No sé ustedes, pero tal como están las cosas, yo, que todavía estoy aprendiendo, al primer fan que se me acerque a felicitarme por un artículo, le parto las piernas. Lo que va davant, va davant.

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