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El sonido estadounidense según Elvis Costello y Diana Krall

La pareja llena A Quintana, en Santiago, con dos conciertos

Tal vez lo único que comparten Diana Krall y Elvis Costello, además de matrimonio y una pareja de gemelos, es el territorio musical en el que abrevan. Las tradiciones musicales estadounidenses -la afroamericana jazz para ella, el country&western para él- dominan sus repertorios actuales y contrastan con su procedencia: la Krall, canadiense, el Costello, inglés. La noche del martes, en la Quintana compostelana y a lo largo de más de tres horas, enseñaron sus cartas.

Fue, ante las 2.000 personas que llenaban el lugar, el primer concierto con cartel compartido por la pareja. Y el cuarteto de la pianista Diana Krall (guitarra, contrabajo, batería) se llevó al público de mano, por lo menos a la vista de las abundantes deserciones en el respetable durante el pase de Costello. Lo cierto es que su jazz pulcro, formalista, en el que campa la amabilidad sonora estilo Dina Washington, casaba con un auditorio poco inclinado a la americana de su sucesor en el escenario. De Quiet nights, clásico de Jobim, a standards de Duke Ellington, Nat King Cole o el gastado Cheek to cheek de Irving Berling, la banda de Diana Krall incluso se permitió juguetear con las campanadas de la Berenguela.

Por los desertores en el pase de Costello, Krall se llevó al público de mano

Pasadas las doce de la noche, Elvis Costello despegó su bolo con Mystery Train, célebre en la voz de su tocayo Presley. Sobre las tablas, siete músicos y ninguno de ellos batería: guitarra, acordeón, violín, contrabajo, dobro. El sonido vaquero, ensayado en Secret, Profane & Sugarcane (2009), lindó con el soul acústico, los ecos de Van Morrison o los aires a Bob Dylan, confirmados con una versión de Simple twist of fate. Krall salió para cantarla y devolver el favor a su marido, que había hecho lo propio con el Clap hands de Tom Waits en el concierto de la pianista.

El Costello de 2010 anda lejos del que a mediados de la década reconfiguraba el swing o grababa con Anne Soffie Von Otter. The Sugarcanes, como se hace llamar su grupo, tiende al vals del oeste, a unos Pogues sin la gresca. El autor de Get happy! recapitula toda su carrera -del primer elepé, de 1977, sonaron Blame it on cain o Red Shoes- desde ese punto de vista y se aproxima a la praxis contemporánea de su admirado Dylan. No tanto en el (What's so funny 'bout) peace, love & understanding?, clásico powerpop de Nick Lowe con el que cerró su actuación.

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