LO OSCURO
La primera vez que se rompió España estaba yo en la redacción del periódico en Barcelona, que tiene un refugio antiaéreo en sus tripas. Así que me quedé tan pancho: si nos atacaban siempre podíamos correr hacia allí y confiar en Jacinto Antón, excepcional cronista pero también experto en técnica militar, consumado esgrimista y presunto boxeador. Más adelante España empezó a romperse por las venas abiertas de la economía y entonces ya lo vi peor: acababa de mudarme a Madrid, aquí España hace más ruido, la redacción carece de refugio (puede que pronto sea necesario) y yo estoy en nómina de Economía, que es como decir en primera línea de fuego.
El caso es que me convertí en tragalibros de finanzas para tratar de entender algo. Mala elección: esos manuales suelen ser infumables y te meten extrañas ideas en la cabeza. Pero a veces la vida te da lo que te niega la mala literatura, y empecé a comprender el pánico que debe sentir la ministra Salgado cuando pensé en mí mismo hace años, en el bar de la facultad, siempre al borde del rescate financiero familiar. Mi larga agonía de hipotecado me permite ponerme en los zapatos de la ministra cuando se le atraganta el cruasán con las cifras de deuda. La empatía es total cuando saco la guitarra y rememoro aquellos tiempos de estudiante marcados por las trifulcas con el casero, negociador terrible ante mis amenazas de suspensión de pagos: como la Alemania de ahora.
Al final se le coge el gustillo a la economía -será síndrome de Estocolmo-, sobre todo cuando se asume que hasta para eso es mejor un Chandler ("se dice de los ricos que en su mundo siempre es verano"), un Flaubert (Madame Bovary se envenenó con arsénico por las deudas con el tendero), un Albert Cohen ("solo tengo cinco dracmas, ¿me los devolverás?". Y le suelta Comeclavos: "No lo creo. Yo soy como los Gobiernos"). Cuando Vila-Matas escribe que el miedo es nuestro único maestro, uno intuye que eso vale para esta crisis, entre otras muchas cosas, y acaba pensando que saber algo de economía, como de casi todo lo que vale la pena, consiste en meter la cabeza en lo oscuro, y entonces se cae en la cuenta de que esa manía de hinchar burbujas entronca con aspectos sombríos de la naturaleza humana -los espíritus animales, los llamó el sabio- y es tan antigua como el dinero, y desde luego mucho más vieja que los periódicos y las incontables costuras rotas de "la puta España de los cojones". ¡Cómo me reía yo con Rubianes yendo al teatro aun a riesgo de quedarme al borde de la quiebra con el casero!
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