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Columna
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Buen rollito

Quizá es porque están todo el día agregando amigos en el Tuenti, o porque se encuentran mediatizados por todas las películas de la factoría Disney que se han tragado a lo largo de sus vidas, pero lo cierto es que asistimos a una paradoja entre nuestros jóvenes: en un mundo cada vez más competitivo, ellos socializan con más facilidad que nunca y, al menos aparentemente, otorgan a la amistad un valor supremo.

Sin ir más lejos, la aburridísima edición del Tour recién concluida se ha distinguido más por el debate surgido en torno a los límites de la camaradería en el deporte, que por el auténtico espectáculo ofrecido por los participantes. Para terminar de calentar la polémica, la ventaja final obtenida por Alberto Contador frente a su adversario -y supuesto amigo- Andy Schleck fue la misma que la que logró en Luchon gracias a la avería mecánica del luxemburgués: 39 segundos.

La exaltación del "coleguismo" en la ronda gala ha llegado a tal extremo que el distanciar a los demás casi parecía una enorme falta de elegancia. Se esperó a los caídos el día de Spa, como se aguardó a Samuel Sánchez tras su percance en los Pirineos. No es de extrañar que antiguos campeones como Hinault y Thévenet o veteranos corredores como Sastre hayan porfiado por ese ciclismo clásico en el que los accidentes, las roturas o las "pájaras" formaban parte de la carrera y el no llevarte mal con tus contrincantes no significaba, ni mucho menos, que fueran tus amigos.

La gran duda es si dentro de cualquier ámbito se puede ser competidor de alguien y al mismo tiempo mantener una relación de estrecho compañerismo con esa persona. La verdad es que parece complicado. Como mucho podemos encontrarnos con aliados de conveniencia ante determinadas situaciones. ¿Llamaría a un colega periodista con el que congenie para compartir con él una exclusiva? ¿Estaría dispuesto a sacrificar una victoria deportiva para que ese rival que me resulta simpático no resulte perjudicado?

Tal vez, lo que ocurre es que se está trivializando el concepto de amigo. Pienso que a un verdadero amigo se le pueden hacer cualquiera de los favores citados. Por eso es tan difícil mezclar la amistad y la actividad profesional, sobre todo en la política. De ahí al nepotismo sólo media un pequeño paso.

En el deporte lo que se espera de los contendientes es que se enfrenten entre sí, no que nos muestren cuánto se aprecian. Hay disciplinas en las que no basta con ser del mismo equipo o estar en la misma cordada para poder afirmar que se está rodeado de amigos. En el himalayismo sobran los ejemplos en los que se ha dejado atrás a un compañero, porque se considera que a partir de una determinada altitud rige el "sálvese quien pueda". Pero en los oídos de nuestros jóvenes resuena todavía el "Hay un amigo en mí", de la saga Toy Story. Ojalá en la vida real imperase ese gusto por el "buen rollito" de este Tour de Francia.

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