El estafador
Eric Hebborn nació en Londres en 1934, y su nombre se convertiría unas cuantas décadas después en un dolor de cabeza para los coleccionistas de arte. La cuestión es que Hebborn, dotado de una mano excepcional para la pintura y la escultura, decidió que su empleo de restaurador no dejaba vía libre a su creatividad y -por si fuera poco- tampoco cundía en su bolsillo. Así que un buen día decidió iniciar una carrera paralela y empezó a pintar cuadros de Rubens, Castiglione, Boldini o Hockney, que -naturalmente- vendía como auténticos. Según el magnífico libro de Dennis Dutton, El instinto del arte, Hebborn llegó a falsificar "centenares" de obras, cambiando la historia del arte en la medida en que era imposible distinguir originales de copias. El resultado es que muchas de sus obras están hoy colgadas en museos de todo el mundo. El londinense murió en 1996 en Roma de un martillazo en la nuca pero ese es un detalle menor (menos para él, obviamente) ya que su trabajo sigue ahí, mezclado con la flor y nata de los clásicos.
Sin embargo, incluso la figura de Hebborn palidece ante el ímpetu y la osadía de Konrad Kujau. El buen Kujau regentaba una tintorería en la Alemania de los años setenta y pasaba apuros económicos, así que mantenía también un negocio paralelo en el que manejaba parafernalia nazi que vendía a unos cuantos coleccionistas. Lamentablemente Kujau no tenía suficiente material para satisfacer a todos sus clientes así que optó por empezar a fabricarlo él mismo. Uno de los que seguía picando día tras día era un señor alemán llamado Fritz Steiffel. Steiffel casi llega al orgasmo cuando Kujau le comunicó que -si tenía el dinero suficiente- le podía conseguir los diarios de Hitler.
La noticia llegó a oídos de un intrépido reportero ávido de exclusivas, Gerd Heidemann, que trabajaba para la revista Stern y que tampoco andaba muy bien de dinero. Heidemann vio en aquello la noticia de su vida y con la ayuda del eminente profesor Hugh Trevor-Roper autentificó la pieza, llegó a un acuerdo con Stern y en abril de 1983 pagó a Fischer (el nombre falso que utilizaba Kujau en sus relaciones comerciales) dos millones y medio de libras, unos tres millones de euros, por 72 volúmenes escritos por el Führer.
Lo cierto es que el Führer estaba demasiado ocupado destruyendo Europa como para desahogarse con la pluma: el propio Kujau había usurpado su personalidad y provisto con una estilográfica antigua y sumergiendo los volúmenes en té para que adquirieran una apariencia adecuada había tardado cuatro años en completar su obra maestra. Según confesaba el autor llegó a sentirse tan identificado con Hitler que cuando estaba escribiendo sobre la batalla de Stalingrado le "temblaba la mano", en lo que puede ser considerado un ejemplo único de simbiosis retroactiva. El caso se destapó poco después y está considerado una de las estafas más brillantes del siglo pasado. Cabe repasarla ahora que basta con tener un cargo público y lucir gafas de sol para robar a destajo, eso por no mencionar la trabajada táctica del correo electrónico de un misterioso tío nigeriano que quiere dejarnos toda su fortuna si antes le facilitamos nuestro número de cuenta. Reconozcámoslo, se ha perdido la calidad y el sentido del ridículo, ni siquiera estafar es lo que era. Qué vergüenza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.