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Crónica:TOUR 2010 | Quinto triunfo español consecutivo en París
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un Tour ganado los días malos

Repaso de las claves de la carrera, la primera de su vida en la que Contador llegó a dar todo por perdido

Carlos Arribas

Uno de los capítulos de la enciclopedia vital de Cyrille Guimard, que es uno de los sabios en lo que respecta al Tour, pues, como director, ganó y perdió unos cuantos, dice que, efectivamente, en contra de lo que pueda pensarse, siempre se gana el Tour los días malos. "El campeón se demuestra en su capacidad de manejar los días malos", dice. "Cuando no se está bien es cuando se gana el Tour. Así fue con Fignon, con Hinault, con Van Impe. Así ha sido con Contador". Así ha sido con todos, pues uno de los deberes de todos los campeones de la historia en su aprendizaje ha sido tanto el de saber sus días malos como el saber discernir en el rostro, en los gestos, en los movimientos de sus rivales si están sufriendo. El eterno juego de saber mentir, la única moral, siempre ambigua, del Tour.

La del sábado fue la peor contrarreloj de su vida. Terminó en el 35º puesto
Como dijo Laurent Fignon, para Schleck fue "el Tour de las ocasiones perdidas"
El primer Tour lo ganó sin saberlo; el segundo, fue el del estrés con Armstrong
En el tercero, cada día, una duda, cada día, una victoria. El relato de una agonía
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Contador, que solo tiene 27 años, y que está en pleno proceso de escribir su libro del Tour, con grandes, enormes, capítulos añadidos masivamente cada año, está tan de acuerdo con Guimard que a la hora de resumir y analizar cómo ha sido y cómo ha conseguido su tercera victoria, lo dijo así, sincero: "He ganado el Tour en los días malos".

El primero, el de 2007, lo ganó sin saberlo, con la eliminación de Rasmussen; el segundo fue el de las malas noches en el hotel, la tensión y el estrés con Armstrong; el tercero, pues, el de los días malos: cada día, una duda, cada día, una victoria. El relato de una agonía.

A la hora de enumerarlos, sin embargo, la sinceridad se convierte en discreción inteligente, pues nunca, nunca, se deben dar pistas al rival, ni siquiera a posteriori, no sea que empiecen a estudiar síntomas, gestos y movimientos y acaben con quebrar la máscara de inalterabilidad, cara de póker, que debe cubrir el rostro de todo campeón. Y tampoco estaría bien, claro, reconocer que uno de los días malos fue aquel en el que todo se rompió, el de Balès, la cadena de Andy, el ataque del que no vio que tenía un problema el luxemburgués. El chico de Pinto, sin embargo, había respondido unos días antes a esta pregunta cuando dijo que había tenido al menos dos días buenos, dos días, en los que, siguiendo la lógica paradójica, a punto estuvo de perder el Tour.

El primer día bueno fue el mejor, fue el de la Madeleine, el segundo de los Alpes tras la jornada de descanso. Fue su primera fuga conjunta con Schleck. Aquel día entre ambos aclararon la clasificación, cercenaron las ambiciones de victoria de Samuel Sánchez y, sobre todo, Menchov, convirtieron el resto del Tour, y quedaban aún 11 etapas, en un mano a mano entre ambos. Aquel día, además, Contador renunció a sentenciar un Tour que se deslizó finalmente por la senda del entendimiento variable del fair play. "Tenía piernas para atacar", dicen en su equipo, "pero se frenó porque había dado su palabra a Andy de no atacarlo, de colaborar para dejar atrás a Menchov".

Uno fue el día de Mende, 12ª etapa, macizo central entre Alpes y Pirineos, en el que en sus ansias por ganar tiempo y la etapa abrió una seria crisis dentro del equipo, pues con su ataque final, con el que arañó 10 segundos a Andy Schleck, frustró la necesidad de reconocimiento de su compañero Vinokúrov, quien regresaba al Tour tras dos años de sanción y quería hacerlo a lo grande. Al día siguiente, fue el primero en el que se oyó un gran suspiro de alivio, un ¡uff! tremendo, escaparse de la garganta de Contador: Vinokúrov ganó en Revel tras un tremendo ataque y el fuego se apagaba.

Los días malos, por lo tanto, fueron todos los demás, pero fundamentalmente cuatro, los cuatro días en los que ganó el Tour 2010, en los que demostró su temple y su ciencia para evitar ser atacado y dañado.

El primero, el que más deprimió a Andy, el día en que supo, demasiado tarde, que había perdido su gran oportunidad de ganar el Tour, fue el primero de alta montaña, el de Avoriaz, en los Alpes. Contador, que se sentía fatal, jugó de farol, ordenó a su equipo, a Tiralongo, a Navarro, sobre todo, sus mejores sherpas que pusieran un ritmo tan fuerte que Andy, en vez de pensar en atacar, empezara a preocuparse, a esperar un ataque fulminante de su rival, una de cuyas costumbres es la de intentar dar el primero, el primer día y lo más fuerte posible. Incluso, para aumentar el efecto especial, Contador se mostró pletórico saliendo a frenar ataques de algunos secundarios, Purito, Gesink, Vanden Broeck. En el cuarto, sin embargo, cuando Andy, finalmente, y tras negarse a seguir los consejos de su director, el intuitivo Riis, que no se había tragado el sedal y le apremiaba a atacar desde lejos, Contador cedió. Afortunadamente solo perdió 10s, pues Andy había atacado, secundado por Samuel, en el último kilómetro, demasiado tarde. "Fue uno de los días en los que realmente gané el Tour", dijo Contador.

Después de aquella tarde, Schleck, que le aventajaba en 31 segundos en la general, gracias, sobre todo, al ataque del pavés, empezó a echar cuentas, a sudar, a pensar dónde podría sacarle a Contador más tiempo para llegar con un buen colchón a la contrarreloj. Como dijo Laurent Fignon, aquel día comenzó para Andy Schleck "el Tour de las ocasiones perdidas". Comenzó a perder también la guerra psicológica, lo que en los Pirineos fue la clave.

"He de reconocer que no he conseguido llegar al Tour en el mejor momento de forma", dijo Contador. "Si lo he tenido muy difícil no es porque Andy haya estado a mejor nivel que en 2009, sino porque yo he estado peor". Y el Tour, con sus días de estrés por el norte, con el calor sofocante las tres semanas, salvo los cuatro últimos días, empeoró ese estado. A la luz de estas palabras, el primer día pirenaico, el domingo 18, sobre las pendientes de Ax 3 Domaines, la batalla psicológica resuelta en forma de surplace de los dos duelistas, toma otro color, el de un recurso más del chico de Pinto para evitar ser atacado por otro corredor que dudaba, para evitar que saliera de dudas. Igualmente, la entente del Tourmalet, la ascensión en la que Andy, con su esfuerzo, limpió definitivamente la clasificación, librando a Contador del peligro real de Menchov -en agradecimiento, el español le permitió ganar la etapa más prestigiosa del año-, no fue sino otro día malo superado sin perder tiempo.

Quedaba sin embargo la prueba más dura, más difícil de manejar, la contrarreloj de 52 kilómetros, una especialidad en la que la capacidad de fingimiento sirve más bien para poco. "Bien está lo que bien acaba", dijo ayer, después de ver por la pantalla gigante de los Campos Elíseos a su pupilo de amarillo en el podio, Sandro Martinelli, el director italiano del Astana, "pero yo ya sabía que la cosa estaba mal el día anterior de la crono. Ya entonces supe que íbamos a sufrir mucho".

Fue el peor día de su Tour, quizás de todas sus grandes vueltas. El único día en que no pudo esconderse. Y fue, por consiguiente, el día en que venció de verdad. En 2010 Contador, uno de los mejores contrarrelojistas del mundo, no ha mantenido el nivel de 2009, pero, pese a ello, se sabía con capacidad para aventajar a Andy Schleck en minuto y medio en un recorrido llano de 52 kilómetros. Sin embargo, sufrió un problema de dirección. Desde el coche, un director, un preparador físico y un mecánico, aturullados, según propia confesión, por el caos resultante de recibir referencias de la carrera de tres fuentes diferentes, volvieron loco a Contador, que más que agobio necesitaba mensajes de calma. Así, víctima de un ataque de pánico, al juego inicial de Schleck, que intentaba asustarle saliendo a tope, respondió Contador con el miedo de los novatos. En vez de confiar en su fondo, en su capacidad para coger el ritmo y manejar mejor desarrollos más grandes que los que osaba Schleck, Contador, apremiado, agobiado, respondió acelerado, perdido. Fue la peor contrarreloj de su vida. Perdió cinco minutos y 43 segundos con Cancellara, a quien el año pasado tutelaba. Terminó el 35º. Nunca un ganador de Tour había acabado tan bajo, por detrás de muchos corredores que ni siquiera disputaron la prueba a tope, y como una víctima de una maldición, sacó una ventaja de solo 31 segundos, lo mismo que perdía con Schleck antes del episodio de la cadena.

Pero ganó el Tour y, de paso, demostró de la manera más tajante posible, lo que había aprendido, que los campeones ganan el Tour los días malos.

Contador en el final de etapa en el Tourmalet.
Contador en el final de etapa en el Tourmalet.AFP
Contador con Schleck en Avoriaz y a la derecha, en el pavés de Arenberg.
Contador con Schleck en Avoriaz y a la derecha, en el pavés de Arenberg.AFP / AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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