La ciudad que sonaba a jazz
El festival que cada mes de julio se celebra en San Sebastián, uno de los más importantes del género en Europa, abre su 'backstage' a EL PAÍS durante dos noches
Dicen que para entenderse solo necesitan "tres palabras en inglés". Para lo demás les basta con "la mirada y el corazón". Y algo de morro. Dave Holland, de 64 años, contrabajista inglés y leyenda del jazz, y Pepe Habichuela, de 66 años, guitarrista y referencia del flamenco, escenifican su alianza de sorprendente verbo en la cafetería de su hotel, donde ayer por la mañana se abrazaban, desayunaban y se ponían al día.
-¿Fine? ¿Todo bien? -dice el guitarrista granadino.
-Yes, yes -responde Dave.
-¿Y tu mujer...? your wife? ¿fine también? -se interesa Pepe.
-¿Did you sleep well? -profundiza Dave.
-Sí, sí, he dormido very good, ¿and you?
Definitivamente, se entienden. Pero sobre todo a través de la música. Holland y Habichuela se conocieron en 2006. Dos años después el guitarrista le ofrecía un curso acelerado de flamenco a su nuevo amigo inglés. "Creía que sabía de flamenco hasta que conocí a Pepe", recuerda el contrabajista frente a un vaso de agua. "Pero me di cuenta de que no sabía tanto como yo creía". Dave ha sido un gran alumno. "Ha tenido mucha paciencia y mucha afición para aprender las seguiriyas, los tarantos, las bulerías y hasta las respiraciones", confirma Pepe. "Al principio fue difícil pero en dos días lo teníamos controlado". Pepe arrastró a Dave a su terreno para grabar Hands, un interesante disco donde el flamenco prevalece sobre el jazz.
En el 'backstage' de La Trinidad, el abrazo del director, Miguel Martín, a Ron Carter
Hay 50 conciertos y cinco escenarios, pero el jazz suena también en los bares
Patti Smith pasea por el camerino con gorro, vaqueros y botas de 'cowboy'
Elvis Costello y Kris Kristofferson cerraráan mañana el festival
Tras atender a la prensa Dave y Pepe se van a dar un paseo por la Parte Vieja de la ciudad. "Vamos a tomar unos pinchos para coger fuerzas para esta noche", anuncia Pepe antes de llegar al puerto. Dave asiente con la mirada y la sonrisa. Horas después los dos, en un mano a mano brillante, subían al ya mítico escenario de la Plaza de la Trinidad, de San Sebastián.
Estamos en el epicentro del Heineken Jazzaldia, el festival de jazz con más tradición y con más solera de Europa. Más de 50 conciertos repartidos en cinco escenarios que, desde el pasado miércoles y hasta mañana, han convertido San Sebastián en el sitio donde hay que estar. De día y de noche. Un festival con 45 años de vida que en los últimos se ha abierto a nuevos sonidos, representados en el Escenario Verde en la playa de Zurriola, sin perder el respeto a la tribu del jazz más serio que encuentran su amarre en la plaza de la Trinidad o en el teatro Victoria Eugenia. Una suma entre lo exquisito y lo popular donde hay sitio para todos.
Precisamente en el Teatro Victoria Eugenia se pudo ver ayer por la tarde al trompetista Wadada Leo Smith, estadounidense y musulmán de 70 años, que ante la falta de mezquitas para rezar en San Sebastián, se colocó en dirección a la Meca en su habitación del hotel. Wadada llegaba al festival precedido por un memorable concierto celebrado el pasado noviembre en el Johnny de Madrid, donde sí pudo cumplir con Dios en una mezquita de la calle Bravo Murillo. En el cuarteto de Wadada destacó el pianista de origen indio Vijay Iyer, el futuro del jazz en lo que a 2010 se refiere, que el jueves dio un concierto sorpresa ante 150 personas, anunciado solo a través de Facebook y Twitter.
Pero pese al uso de las tecnologías todavía se pueden vivir momentos anacrónicos y auténticos en el Heineken Jazzaldia. El jueves fue el día para el relevo generacional. El irreverente y lúcido trompetista de Nueva Orleans Christian Scott, de 27 años, recogía el testigo del veterano contrabajista Ron Carter. Tras su brillante concierto, el joven firmaba más autógrafos que Pitingo; mientras tanto, en los camerinos de la plaza de la Trinidad, Miguel Martín, director del festival, se abrazaba con Carter. A sus 73 años, este venerable contrabajista de 1,89 de altura e impecable traje negro recibió el premio Donostiako Jazzaldia y ofreció un sobrio y enriquecedor aunque solo correcto concierto.
"Al que tengo más ganas de ver es a Archie Shepp [el saxofonista que actuará hoy]", reconocía Miguel Martín. "Sobre todo por lo imprevisible que puede ser". Martín, que lleva al frente del festival media vida, todavía recuerda cuando hace unos años tuvieron una bronca con Archie: "Con el trío ya tocando en el escenario dijo que no salía. Que quería más dinero". También recuerda el día que metieron literalmente al saxofonista argentino Gato Barbieri en la ducha antes de salir. Cosas del alcohol...
Miguel Martín y la casualidad durante un viaje hace tiempo a Japón han traído una de las sorpresas más coloridas de este año. "Compré un disco de un grupo japonés sin saber muy bien cómo era. Cuando vi sus vídeos en Internet aluciné", recuerda el director. Esa banda actuó el miércoles por la noche y se hacen llamar Shibusa Shirazu Orchestra. No se asusten con el nombre y sigan leyendo.
Esta banda japonesa de 25 integrantes, que significa "no mola ser cool" es lo mejor que le puede ocurrir a un camerino. Mientras en el Escenario Verde se infla un dragón gigante plateado, detrás los componentes del grupo montan otro espectáculo cósmico. Atiendan: tres de ellos calientan los saxos y las trompetas subidos al malecón del río Urumea; otro, en calzoncillos, calvo y completamente pintado de blanco, medita en posición de flor de loto; una bailarina de pelo verde, medias de rejilla y tutú rojo chillón hace estiramientos; una geisha de traje de lunares juega con dos plátanos gigantes de cartón piedra; y el cantante se pasea feliz con un kimono abierto que deja ver un tanga rojo "de talla especial y comprado en Japón", dice. Y nosotros, con esta visión simplona occidental, sonreímos con una absurda condescendencia.
Pero ya en el escenario Shibusa Shirazu Orchestra es cosa seria. No por seria, sino por buena. Lo que empieza como una orquesta de extraterrestres de cinco vientos, dos baterías, una guitarra, un violín y un celemín, dirigidos por un japonés loco de perilla y camisa hawaiana acaba siendo un espectáculo imponente de free jazz, danza, opera de rock progresivo y ska. De locos: un cruce entre La Fura dels Baus, una banda de gitanos, Flaming Lips y Emir Kusturica hasta arriba de ácido. Un último dato: su primera canción duró ¡40 minutos! y con la última, sacaron a pasear al dragón gigante por la playa.
Pero el festival había comenzado tres horas antes mucho más tranquilo, mítico y quizá algo conservador. A las nueve de la noche Patti Smith paseaba por el camerino con su gorro de lana, botas de cowboy y vaqueros remangados. Antes de llegar al escenario, la estadounidense desenfunda su iPhone y saca unas fotos al monte Urgull. Se quita el gorro y sube al escenario. Suena Space Monkey y Free Money y la playa de La Zurriola se pone a sus pies.
Con Patti Smith ocurre algo sorprendente: ni canta bien, ni tiene una imagen arrolladora ni, seamos sinceros, ha vuelto a hacer un disco sobresaliente desde Horses, en 1975. Aun así sabe emocionar sonando desde las entrañas. A sus 64 años es una diva tranquila e hipnótica de cuarto de estar, que se transforma, escupe y se convierte en adolescente cuando toca sus éxitos Because the night, Power to the people o la inmensa y siempre efectiva Gloria, con la que acabó su concierto. Desde un lateral del escenario Loquillo -que vive en el País Vasco desde hace unos años- aplaudía emocionado junto a su hijo Cayo Bruno.
Ayer, durante su concierto, Wadada Leo Smith dejó una de esas frases que convienen enmarcar. "El jazz es como la democracia. Capaz de lo más hermoso y lo más diabólico al mismo tiempo. Nunca sabes lo que puedes esperar de él". Lo inesperado, lo hermoso y lo diabólico seguirá hasta mañana, con los muy esperados Elvis Costello y Kris Kristofferson sobrevolando San Sebastián... la ciudad que suena a jazz.
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