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Columna
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Otras lapidaciones

En este diario el pasado domingo, el artículo Hay que salvar a Sakineh Ashtani, que firmaba Bernard-Henri Lévy, daba a conocer que en algunos países se condena a las mujeres por el crimen de haber mantenido relaciones extramatrimoniales (sic) después del fallecimiento de su marido. La pena impuesta era la muerte por lapidación, recientemente conmutada por otra, también de muerte, y el país, Irán. Intentaba también este artículo que la presión internacional a favor de esta mujer no decayera. Seguí hojeando el diario sin apenas interés. Esta realidad era lo suficientemente dura como para que los artículos de otros columnistas me fueran a parecer tan interesantes como otras veces. Estaba algo conmocionado. Me imaginaba a esta mujer en medio de una plaza o una calle y sentía las piedras que le arrojaban.

En estos sentimientos me encontraba cuando tropecé con una entrevista a Bibiana Aído, ministra de Igualdad. Reconozco que iba a dejarla para otro momento. Sin embargo una de las frases me llamó la atención. Dice la ministra de Igualdad que "la atacan porque no pueden soportar que una mujer joven y de pueblo pueda ocupar un sillón en el Consejo de Ministros". Inmediatamente pensé que tenía razón pero, al mismo tiempo, que la frase era incompleta. No soportan tampoco que su pueblo, Alcalá de los Gazules, sea pequeñito como grande es Andalucía. No es infrecuente que se machaque a los andaluces por el hecho de serlo con tópicos repugnantes como los que, un día sí y otro también, nos atribuyen todo tipo de personajillos de la pluma y de la política. Decidí, pues, no dejar para después la entrevista.

En la entrevista, la ministra -joven y andaluza- va desgranando los temas de los que se ocupa su ministerio. El tratamiento de la prostitución, intentando que se dicte una ley para prohibir que la prensa contenga anuncios que la extiendan; su postura frente al aborto, destacando la prevención para evitar embarazos no deseados; las leyes de igualdad, las leyes de violencia machista. Toda una política de igualdad para que la mujer se desprenda de las trabas culturales e históricas que le han impedido alcanzar su completa libertad y que son las auténticas razones por las que grupos ultraderechistas, con el aplauso de los medios de comunicación más católicos y conservadores, tratan de suprimir este ministerio.

Al principio pensé: ya tenemos aquí un caso más de ese pecado capital que se atribuye a los españoles y que retrata Miguel de Unamuno en su novela Abel Sánchez. Y, sin duda, algo de envidia hay. Generalmente no se perdonan los triunfos ajenos. Como no se perdonan, no es extraño haber oído sobre la ministra las ofensas más groseras sobre las razones de su nombramiento. Ofensas dichas por personas de a pie y por otras que utilizan los medios para introducir infamias contra quienes ahora gobiernan. Pero, hay algo más. Es un plus que refleja, una vez más, el intento de la derecha más conservadora y ultrarreligiosa de no reconocer la democracia en toda su plenitud, de impedir los cambios que ha experimentado esta sociedad para que hombres y mujeres sean iguales. Sí, seguro que envidia por ser joven, ministra, de pueblo y andaluza. Pero algo más: su política de igualdad. Por estas y otras razones son muchas las pedradas que ha recibido esta mujer.

Sin embargo, estoy seguro de que se le dejará de ofender y se tendrá el respeto y agradecimiento que se merece su política de igualdad. Los ofensores, los infames y los envidiosos ocuparán, una vez más, ese lugar reservado a los conservadores más ridículos; a esos obsesos del sexo que visten sotana y se tapan unos a otros y a todos los que siguen queriendo -y creyendo- que la mujer sea su costilla y no una vida por sí misma. No obstante, mientras llega, hay que seguir intentando que no haya lapidaciones y que la posición cultural de las mujeres pase a la historia acompañada de la vergüenza de quienes ahora las siguen ofendiendo de una y otra forma.

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