Alacenas y roble viejo
Sin salirse mucho de la N-110, bien pasada La Lastrilla, en las afueras de Segovia, la aldea de Espirdo recibe a multitud de madrileños en fin de semana ávidos por curiosear la trassierra de Guadarrama antes de despacharse un tostón en cualquiera de los asadores que pueblan la carretera. "Segovia para ver, Torrecaballeros para comer", reza el chascarrillo. La opción gastronómica no deja indiferentes a los propietarios de una vivienda modesta de 1890 rehabilitada como alojamiento rural con más raíz que comodidad. Juan Manuel Hernanz y su mujer, Carmen, se han afanado desde hace una década y media por recibir cordialmente, guiar al viajero y diseñar su programa de excursiones, agasajarlo de noche en torno a una mesa honrada, mantener fresco el lugar en verano y cálido en invierno, así como conservar viva la llama tópica de la arquitectura rústica.
Casona del Espirdo (Segovia)
Puntuación: 6
Categoría: turismo rural. Dirección: Las Fuentes, 19. Espirdo (Segovia). Teléfono: 921 44 90 12. Fax: 921 44 90 12. Central de reservas: 902 10 38 92 (Rusticae). Internet: www.espirdo.com. Instalaciones: jardín, sala de convenciones para 15 personas, bar, restaurante. Habitaciones: 7 dobles, 1 suite; con baño, calefacción, aire acondicionado, teléfono, TV satélite, secador de pelo; habitaciones para no fumadores. Servicios: algunas habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos tolerados, salvo en zonas comunes. Precios: desde 64 euros + 8% IVA, la doble; desayuno, 6 euros + 8% IVA, para más de dos noches, incluido.
La casona castellana
Al poco de traspasar el umbral que sumerge al recién llegado en el zaguán, con el respaldo de la iglesia parroquial y el resguardo de unas sombrillas apetecibles para el aperitivo de mediodía, toma forma este mundo pintoresco de viguerías y artesonados de roble viejo, alacenas para la loza y el barro, los suelos de terrazo, los aleros de teja, los canalones de latón, el porche, la chimenea... En fin, todo lo que uno debe esperar de una casona castellana a la que muy pronto la Administración autonómica engalanará con la preceptiva espiga calificativa de todo lo que huele a turismo rural.
Menos mal que la acogida de los dueños y la música ambiente eleva el tono pintoresco de estas escapadas al campo. Su propuesta culinaria, dentro de lo casero, interpreta con toques muy personales la naturaleza del terruño. Especialmente en los desayunos, librados con un surtido de mermeladas a escoger, magdalenas de pasas, tostadas al punto y fruta del día en macedonia.
Las habitaciones -ocho- resumen el ideario rústico sin demasiadas fruslerías. El mobiliario de madera y de forja exhibe todo su rigor. Las lamparillas crean atmósfera, aunque molestan para la lectura. Las tapicerías de la 3, la 5 y la 6 merecen ya ser sustituidas, al igual que los televisores, de la época catódica. Y aunque va por gustos, la pequeña 7 nos parece la mejor ordenada, la más sobria y, seguramente, aquella que invita a pasar más horas de esparcimiento en su interior. Desde las ventanas del costado meridional se divisan La Mujer Muerta y Siete Picos, postal clásica y apreciada de la sierra de Guadarrama.
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