El orgullo del campeón
Contador prefiere intentar ganar una etapa, aunque la perdiera ante Purito Rodríguez, antes que asegurarse media docena de segundos más sobre Andy Schleck
Pasó el Tour por tierras duras, Cancellara al frente echando espuma por la boca. Subió hasta el nacimiento del Loira, donde puede empezar a pensarse en castillos en el aire, atravesó bosques hermosos, altiplanos salvajes, su belleza incrementada por un prodigio, el de convertir en inútiles cinco mil millones de objetos, el número de teléfonos móviles que funcionaban ayer en el mundo (hoy son dos millones más), por la ausencia de gasolineras en 100 kilómetros, manchada por los centenares de roulottes de tantos seguidores locos. Bajó a valles estrechos, Voigt delante, machacando con regularidad maquinal los pedales. Por delante de todos, feroz, al frente de una banda de 18, Vinokúrov.
"Me debía a mí mismo y al Tour atacar", dijo Contador, que saltó a 3 km de la meta
"No está mal para mi primer Tour tras 10 años de profesional, ¿eh?", afirmó Purito
Imposible la indiferencia.
El paisaje de otro tiempo, la carrera, las circunstancias, el Tour, el calor de horno, exigían una respuesta a su altura, alta. Contador estuvo de acuerdo. "Me debía a mí mismo y al Tour atacar", dijo el chico de Pinto después de dejar plantado a su amigo del alma Andy Schleck con un salto a tres kilómetros de la meta, en el aeródromo de Mende. Fue un acto de orgullo y un pellizco, una colleja, cariñosa, claro, a Andy, a quien más que los 10s que perdió -justamente lo mismo que le sacó en la primera llegada alpina, el domingo en Avoriaz- le dolió el no poder responderlo, el tener que bajar la cabeza y musitar: sí, tienes, derecho a darme, aún eres más fuerte. Contador lo llamó golpe psicológico.
Contador quiere ganar el Tour y hacerlo de tal manera que de la victoria surja también un personaje único, unos rasgos, un carácter distinguible en la distancia. Por eso cree en el amor, en los símbolos, en el valor del orgullo.
El amor se lo debe a algunos lugares en los que ya ganó cuando era más pequeño, cuando solo él y unos cuantos amigos sabían lo que llegaría a ser dentro de nada. Mende es uno de esos, un puerto corto, de apenas dos kilómetros, pero durísimo. Ideal para la dinamita de sus piernas danzarinas. Allí ganó en 2007, camino de su primera París-Niza, cuatro meses antes de su primer Tour. Mende es también, como el col d'Éze, otra subida pequeña, otro puertecito de la París-Niza, la carrera que ha marcado el crecimiento de Contador como ciclista, en la que año tras año se sorprendía y se emocionaba. Mende, donde también ganó este año, hace cuatro meses, es, así, un símbolo.
¿El orgullo? El orgullo, Contador, como todos los campeones, lo lleva puesto.
Al golpe de orgullo, a la colleja cariñosa subsiguiente, al símbolo, al amor, les precedió, de todas maneras, inevitablemente, el análisis frío, el sentido común. "No atacaré por atacar, a menos que vea la ocasión de sacar tiempo", había advertido. "No iré a por etapas por ir". No traicionó completamente sus palabras. Fue a por la etapa y atacó. Pero también sacó tiempo a Andy, quien, en vísperas de los Pirineos, ya mañana se llega, mantiene solo 31s del tiempo en que aventajó a Contador en el pavés. "Ataqué porque cuando la gente empezó a moverse, cuando mostraron sus intenciones los que querían ganar la etapa, cuando saltó Purito, Andy, a quien le gusta aprovechar esas ocasiones para probarme porque es ambicioso, no movió ni un músculo", dijo Contador. "Y llegué a la conclusión de que no estaba bien, de que tenía que probar". "En efecto, yo no iba nada bien", reconoció Andy. "Ha sido un día malo, he sufrido mucho".
Saltó Purito Rodríguez. Por delante aún aguantaba Vinokúrov, el último resistente de la fuga. Faltaba un kilómetro para la cima, tres para la meta.
Joaquim Rodríguez, Purito, debuta en el Tour a los 31 años. Por fin, después de años preparando llegadas, victorias, para Valverde, le llegó la oportunidad de volver a demostrar lo que ya era de más joven, un rematador muy bueno. "Había puesto una cruz en esta etapa y he acertado a la primera. No está mal para mi primer Tour después de 10 años de profesional, ¿eh?", dijo el menudo ciclista catalán.
Saltó Purito y poco después, detrás de él apareció Contador. Cazaron a Vinokúrov demasiado pronto para el gusto del chico de Pinto, 200 metros antes de la cima: en el suave descenso en falso llano hasta la meta le habría resultado magnífica su ayuda para poner tierra por medio ante un Andy que intentaba no perder los papeles, regular su marcha. Sin Vino, Contador tuvo que hablar con Purito, quien esperaba la inevitable frase: para ti la etapa, para mí, la general. No la oyó, sin embargo, solo pudo ver un gesto, una negativa con la cabeza de su compatriota, que quería ganar por amor, por orgullo, por símbolo, aunque eso le costara unos segundos más, los que podría haber conseguido de la colaboración de Purito. "Así que yo me puse a rueda y solo tuve que esprintarle al final", dijo el catalán.
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