El arte de la observación
Lo mismo que al resto de los exiliados, a Ramón Gaya se lo conoció tarde y, con las prisas por volver a poner en su sitio todo lo que la dictadura había dispersado, de manera parcial. Pero del mismo modo que María Zambrano no era solo la autora de Claros del bosque o María Teresa León la de Memoria de la melancolía, el pintor y escritor murciano era mucho más que un dibujante de viñetas y el autor de Velázquez, pájaro solitario, como demuestra esta edición de su Obra completa, que en sus mil páginas revela a un prosista extraordinario, un poeta menor pero nunca intrascendente y, ante todo, un aforista de una brillantez rara en un país sin filósofos, y más en 1963, cuando él escribe: "En España, lo que no es genialidad es cerrazón". Entre todas las artes, la que más dominaba Gaya era el arte de la observación, y eso se ve en todo su trabajo, en el que todo surge de una mirada reflexiva que estudia lo que ve para poder construirlo, lo disecciona a la vez que opina sobre ello y jamás se cansa de indagar nuevos caminos: "Ser fiel es lo contrario de detenerse", dice en uno de los apuntes del diario inédito que se incorpora a este delicado tomo de la editorial Pre-Textos.
Esas Anotaciones de diario inéditas son la continuación de los que en este volumen podemos encontrar en Carta a un Andrés (y otros escritos), en Diario de un pintor o en el apartado Conjunto de anotaciones sin fecha, y certifican una y otra vez la envergadura del pensamiento de Gaya, un hombre que nunca se cansaba de analizar lo que le rodeaba, seguro como el poeta Wallace Stevens de que lo real es solo la base, pero es la base. "El superficial es el que reniega de la realidad", dice él, que insiste en preguntarse sobre todo, las veces que haga falta -"yo no me repito, insisto"-, pero siempre con voluntad de comprensión y con la piedad de quien acepta que la imperfección es parte de la emoción, porque es una prueba de humanidad: "Lo que es perfecto es que es falso", sentencia Ramón Gaya, que tiene claro su oficio: "El artista es el hombre que comprende la realidad, que se apiada de ella".
Por supuesto, opinar es hacer enemigos, y Gaya se hará algunos entre los lectores de sus apuntes, por ejemplo los que no estén de acuerdo con sus descripciones en miniatura de personajes como Ortega y Gasset -a quien hace jugar un partido contra Unamuno que pierde siempre- o Jorge Semprún -"me desilusiona un poco, le falta vuelo"-; o de algunos pintores que considera despreciables -Manet, sobre todo, pero también Solana, a quien define con fiereza: "Solana es Goya inmóvil"-; o de algunos oficios, como el de crítico, del que se apiada ácidamente: "El crítico es un hombre que entiende de una cosa que no comprende". Y también resultarán llamativas algunas maldades domésticas sobre buenos amigos suyos como Bergamín o Juan Gil Albert. Pero lo que importa de estas Anotaciones de diario inéditas, como del resto de la obra de ese Juan de Mairena distante que es Ramón Gaya, no es su parte anecdótica, sino su profundidad, porque en ellas es donde el autor de Milagro español encontró la poesía, más que en sus versos, si entendemos la poesía, el arte de meter lo más grande dentro de lo más pequeño. En eso, fue un maestro.
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