Polanski y el mal
Al final, todas las películas de Roman Polanski giran en torno a un único tema: el mal. Superviviente del Holocausto, su mujer, Sharon Tate, fue asesinada en el año 1969, cuando estaba embarazada, por una banda de locos capitaneada por Charles Manson.
Polanski se enfrentó directamente al horror nazi en El pianista, pero ya antes había analizado en su cine una y otra vez los límites del terror que ha marcado su vida, desde La semilla del diablo hasta El cuchillo en el agua, El quimérico inquilino o La muerte y la doncella. Este lunes, tras nueve meses primero de prisión y luego de confinamiento domiciliario, el director franco-polaco fue puesto en libertad por las autoridades suizas, que rechazaron la orden de extradición cursada por EE UU por la violación de una niña de 13 años en 1977.
La historia ofrece todo tipo de matices y aristas: fue arrestado tres décadas después de los hechos por motivos difícilmente explicables (aunque las ansias de notoriedad de un fiscal seguramente tuvieron mucho que ver), la víctima de su agresión, Samantha Geimer, había pedido una y otra vez que no se persiguiese al director (dio el asunto por zanjado tras recibir una sustanciosa cantidad de dinero), el mundo del cine y de la cultura, sobre todo en Francia, Italia y España, se volcó en su defensa y él había reconocido los hechos e incluso cumplido condena por ello.
Pero hay algo que admite pocos matices y que no tiene ninguna arista: el 11 de marzo de 1977, cuando Roman Polanski tenía 43 años, atrajo a una niña a la casa de su amigo Jack Nicholson con el pretexto de hacer una sesión de fotos para Vogue, la emborrachó, la drogó y la violó; luego pasó 42 días en la cárcel por este delito.
Sobre este caso flotan viejos dilemas: se puede amar la creación y condenar al creador (su talento como cineasta es indudable)
y todo el mundo tiene derecho a rehacer su vida tras cumplir con la ley.
Pero el mal, como nos ha contado el propio Roman Polanski en sus grandes películas, es una fuerza poderosa y destructiva. Y precisamente el mal es lo que se encuentra al principio de este tortuoso recorrido judicial: el innegable abismo de la violación
de una niña.
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