La fiesta
Julio fue siempre un mes cruel para España. Tampoco los días 11 nos traen dulces recuerdos. Pero como hizo Iniesta en ese rato que pasó escribiendo con el rotulador en su camiseta interior un recuerdo para su amigo fallecido, todos sabemos que no hay fiesta sin ausentes, que siempre la mayor alegría tiene un rincón para la melancolía. Hace mucho tiempo que nuestro país se convirtió en una república deportiva, porque tan solo el deporte, con la contundencia de su éxito, tiene pegamento para tantas fisuras. Pero el triunfo de la selección ha tenido además el don de la oportunidad. En un año donde los mercados financieros se han empleado duro para desmembrar nuestras conquistas sociales y vapulear el orgullo de nuestros sistemas sanitario, de pensiones y de protección, la inyección de autoestima ha entrado por la vena abierta. Ayer nuestro producto interior bruto se echó a la calle, porque tenía ganas de fiesta, de celebrar algo.
Como todas las fiestas, esta también tuvo un principio institucional. Como las bodas que empiezan con la misa pero acaban con la conga borrachuza. Así los jugadores se dejaron elogiar con cierta sorna gamberra por las autoridades, necesitadas ellas más que nadie de abrazar una copa dorada y saborear algún triunfo. Hasta el Rey pudo ganarle la posición a Puyol, en un abrazo que fue peleado como un córner, porque quería llevarse al firme jugador hasta su hombro acogedor.
Y la felicidad de Zapatero era evidente porque de pronto el estado de la nación parecía otro muy distinto del que le quita el sueño. Hasta Del Bosque, desde su rincón perpetuo, dejó escapar la sonrisa abierta al ver a su hijo envuelto por el cariño de los jugadores. Ellos, que son alzados como representantes perfectos de la juventud nacional, de lo que tenían ganas es de baile, juerga, botellón y fiesta. Se lo han ganado. Supieron arrimar el hombro cuando más costaba, remar duro cuando la corriente era contraria. Por suerte la resaca será íntima, no retransmitida por señal institucional. También los demás, poco a poco, iremos despertando para encontrarnos con el tigre aguardando en el cuarto de baño, metáfora perfecta de cualquier resacón.
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