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Columna
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El camino del fútbol

Hemos estado viviendo días de fútbol y celebraciones pacíficas, que todos gozan sin dirigirlas contra nadie. De manera que tantos antagonismos, tantos agravios comparativos, tantas reclamaciones pendientes, y al final por el impensado camino del fútbol se diría que hemos encontrado una interesante aproximación a la difícil convivencia festiva, sin provocar energumenismos ahuyentadores. Cada cual tenía su receptor dispuesto para conectar en directo con el acontecimiento de la final de la Copa del Mundo en Johanesburgo, pero todos quisieron renunciar al solipsismo y convertir la recepción de la señal televisiva en un espectáculo a escala masiva o doméstica, según los casos. Había coincidencia generalizada en la necesidad de compartir las emociones previstas, y por eso cada quien se esforzaba en poner el máximo cuidado en la elección de los afines a convocar ante la pantalla.

Querríamos ver a Zapatero en la senda de Del Bosque, motivando a los ministros que forman su alineación

Asombra comprobar cómo una patada, una simple patada de Iniesta, ha podido marcar la diferencia entre la depresión y la euforia. Salvarnos del no valemos para nada en que hubiéramos caído, y transportarnos a la gloria del somos los mejores en la que ahora levitamos. Una patada, una simple patada al esférico en la dirección precisa, y todo ha cambiado. Este país nuestro, donde tan prestigiado está el fracaso, tiene ahora que digerir un triunfo de tamaño natural, aunque quede en principio circunscrito al ámbito deportivo, donde el palmarés de nuestros tenistas, ciclistas, golfistas, pilotos de competición, futbolistas o baloncestistas ha tenido ya que ser reconocido con admiración. La victoria del domingo ha sido una victoria del juego en equipo, del uno para todos y todos para uno, pero sin olvidar cada uno su sitio y su función. Ha sido la victoria del método con emoción sobre el mero desbordamiento emocional, que lleva al desorden y multiplica la vulnerabilidad frente al adversario.

Ha sido la victoria del seleccionador, Vicente del Bosque, es decir, de la autoridad natural, la que se inspira sin necesidad de imposiciones autoritarias. Porque Del Bosque, la piedra que los constructores como Florentino Pérez desecharon para sus proyectos glamurosos, vino a convertirse ahora en la piedra angular. El seleccionador ha sido la prueba viviente de que también tenemos españoles de primera, que para nada alardean, que crean espíritu de equipo, que huyen de las baladronadas, que ambientan el buen entendimiento, que evitan divismos disgregadores, que son refractarios a los calentamientos demagógicos, incluidos los de procedencia periodística, que se esfuerzan por sacar de todos y cada uno de los seleccionados lo mejor de sí mismos, que demuestran su aversión al engolamiento y a la solemnidad inane, que encajan la crítica y, todavía más difícil, el elogio. Altivos en la derrota y magnánimos en la victoria, verdaderos caballeros andantes, fuera de tiempos tan encanallados como los actuales.

Habría que dedicar un capítulo a cada uno de los integrantes de la selección, pero por hoy nos centraremos en el autor del último gol, el de la victoria, como ha hecho un buen amigo periodista en su telegrama del informativo Hora 14 de la cadena SER, donde le decía: "Andrés Iniesta, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, porque de tu pie ha venido a nosotros la Copa del Mundo". Le advertía, después, que no se dejara aturdir por quienes ahora intentarán deformar las circunstancias de sus orígenes familiares y geográficos en Fuentealbilla (Albacete), o su formación en la Masía del Barça, para ajustarlas de manera que dibujen la constelación de un predestinado. Porque Iniesta se inscribe en la galaxia de la ilusión, del afán, del trabajo constante, de la entrega decidida, para afinar en compañía, junto a los demás, facultades y talento futbolístico.

Pero este camino del fútbol, el cual recorrido de otras maneras a tantos ha embrutecido y fanatizado, debería explorarse de acuerdo con el nuevo trazado que parece abierto con la Copa del Mundo. Un camino de coincidencia, de suma de contribuciones a favor de logros relevantes. Un camino que empieza por reconocer el talento, cualquiera que sea su origen primero y su actual localización, para sumarlo al intento de la victoria. Una senda en la que querríamos ver al presidente Zapatero, a quien como a Del Bosque corresponde que su equipo, o su Gobierno, valga más que la mera suma de los jugadores, o ministros, que lo compongan. Porque a partir de los seleccionados hay que componer las alineaciones, motivar a quienes las formen e infundirles el espíritu de victoria. Mañana, en el Pleno del Congreso de los Diputados, lo veremos.

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