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Reportaje:SUDÁFRICA 2010 | Los entrenadores

Poco laurel y mucho carbón

El torneo premia a los técnicos ofensivos y penaliza a los rácanos con ocho destituciones y dos renuncias al cargo

Jordi Quixano

El Mundial es un rodillo, una auténtica criba para los banquillos. A Marcello Lippi (Italia) y Raymond Domenech (Francia) les pudo su mesura, a Carlos Dunga (Brasil), Sven-Göran Eriksson (Costa de Marfil) y Otto Rehhagel (Grecia) su racanería, a Takeshi Okada (Japón) y Carlos Alberto Parreira (Sudáfrica) la falta de recursos, y Paul Le Guen (Camerún) se perdió en la gestión del grupo. Huh Jung-moo (Corea del Sur) y Javier Aguirre (México) optaron, simplemente, por un cambio de aires. Muchos descalabros y pocos éxitos en un torneo exigente, que no entiende de segundas oportunidades.

Sin contar a Del Bosque, seleccionador español, otros dos técnicos salen como héroes del Mundial. Propuestas acentuadas, con el marco rival en el entrecejo. Una apuesta segura en el campeonato, que ha premiado al descaro, al fútbol de salón. Atildada y de excelente pegada, Alemania ha resultado una selección gobernadora hasta que se cruzó con España. Löw preparó con todo tipo de detalle el campeonato, hasta el punto de que creó programas físicos personalizados a Klose y Podolski, se llevó cámaras de oxígeno e impidió que en su centro de concentración se reprodujera la cárcel de Mandela para simbolizar que con fe todo es posible. Fuera simbolismo y bienvenida al fútbol. Similar ha resultado Holanda, estructurada por Bert van Marwijk, que se decantó por la supresión del ariete para potenciar las llegadas desde la segunda línea. Rechazó la teoría cruyffista, el plasticismo sobre el césped, y persistió con el resultado, basado en un ataque frontal. Löw, que su mayor triunfo fue entrenar al Stuttgart, y Van Marwijk, que dirigió al Feyenoord y al Dortmund, se han reivindicado. Lo mismo que Óscar Tabárez (Uruguay), Milovan Rajevac (Ghana), Tata Martino (Paraguay) y Marcelo Bielsa (Chile). Un racimo de laurel para mucho carbón.

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Los años y la tacañería como defecto. Los grandes fiascos de este Mundial agrupan a técnicos que atendieron antes a las arrugas y a los galones que al juego, y a los que optaron por una propuesta rácana, con el objetivo primordial de abrocharse atrás para luego salir al contragolpe.

El mayor de los descalabros lo representaron Domenech y Lippi. Francia, definida por Ribéry como el hazmerreír, saldó el torneo con dos pifias, un empate y un irrisorio tanto. La debacle se convirtió en una cuestión de Estado, con el presidente Nicolas Sarkozy exigiendo una revisión del fútbol francés. El siempre cuestionado Domenech no encontró respuestas sobre el césped ni en los despachos. El grupo se deshizo y el técnico se evaporó. Italia, más comedida, reclamó la oxigenación del grupo y la cabeza de Lippi. Su participación tampoco contó victoria alguna. De campeones a desterrados en un suspiro. Lippi jugó con futbolistas de otra época que palidecieron ante equipos de escaso calado, como Nueva Zelanda o Eslovaquia.

Se sonrojaron también Brasil e Inglaterra. Atrapadas en el músculo, rechazaron el balón como argumento y quedaron retratadas a la que se toparon con una selección de envergadura. Considerado como el salvador de la patria por realizar una fase de clasificación estupenda, parecía que Capello tenía la llave para impulsar a Inglaterra. Pero puso al vetusto Heskey en el frente de ataque, dio palos de ciego para encontrar un extremo derecho y no logró mezclar a Lampard y Gerrard. Rooney no carburó y Terry, que puso en entredicho las decisiones del técnico, tembló en la zaga. Capello perdió el crédito. Peor fue lo de Dunga, que cambió el cascarón de Brasil, le privó del toque y le dotó de pies cuadrados. No contó con Ronaldinho, ni con Pato, ni con Adriano, ni con nadie de excesivo talento. Fiado a la puntería de Luis Fabiano o al ingenio de Robinho, el equipo se descompuso a la que el rival le exigió. Dunga pereció sin fútbol, el mayor dolor de muelas para Brasil.

Argentina tuvo más gol pero falló en la confección. Con tres medio centros y ningún volante, el equipo se rompió. Zaga con canas, puntas como martillos y divisoria desaparecida. Lo aprovechó Alemania (4-0). Deslenguado, Maradona perdió la fuerza por la boca tras sentirse de nuevo, con el balón y la competición como epicentro, el rey del mundo. Fracasaron más, como Queiroz (Portugal) y Eriksson (Costa de Marfil).

Diego Armando Maradona.
Diego Armando Maradona.EFE
Diego Armando Maradona.
Diego Armando Maradona.AFP

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