Españita
Los periodistas de Radiotelevisión Española han decidido no asistir a conferencias de prensa en las que no se admitan preguntas.
Es una vieja lucha causada por la falta de respeto por el oficio. La culpa, como de casi todo, es del oficio: vas a una conferencia de prensa, te dicen que no preguntes, te callas, y después te pasas la vida callado en las conferencias de prensa. Y sigues yendo. Qué pereza.
¿Qué hacer? No ir. Pero no vas y resulta que ese día es cuando los políticos hablan. Y si vas, a lo mejor es cuando no hablan.
Los que aciertan siempre son los políticos. Si hablan es porque el horno está para sus bollos. Cuando no quieren preguntas es que se les ha quemado el bollo en el horno y no está el horno para tafetanes.
Ahora ha pasado con el líder de la oposición algo muy curioso: puesto en la tesitura de hablar, y pudiendo optar entre el silencio y el ruido, tomó la vía del hombre del tiempo. Se había armado un fuerte revuelo en su propio partido porque habían detenido al presidente de la Diputación de Alicante, también del PP. Y entonces los periodistas, que cubrían una actividad pública del líder conservador, le preguntaron qué pensaba de tamaña noticia.
Los noticias son como piedras, están ahí, inconmovibles, no hay quien las pare. Pero Rajoy sí, Rajoy sabe pararlas. Preguntado que fue, el hombre, aún reponiéndose de su excursión por una zapatería, les dijo a los periodistas que con tanto rigor importunaban su necesidad de silencio: "Qué calorcillo".
Los británicos usan el tiempo para no hablar de las malas noticias, o simplemente de lo otro que ocurre. Y Rajoy se ha hecho un experto en esta técnica, cuyo valor es incalculable cuando se producen temporales.
Es interesante esta técnica, porque reinterpreta el no comment con el que antes solían despacharse los políticos. Es decir, ya nadie puede afirmar que Rajoy no respondió. Respondió. Dijo: "Qué calorcillo". Y no es justo pensar que esa fue una manera más de despejar el balón a córner. Es una respuesta con todas las de la ley: en esa costa mediterránea lo que sucede produce -le produce- un determinado calorcillo. Es lo que le produce, y lo dijo.
Calorcillo. Ahora cada vez que escucho un diminutivo me acuerdo de Francisco Umbral, a quien sus amigos, capitaneados por Manuel Hidalgo y presididos por su viuda, María España, rindieron un homenaje el último martes en El Escorial. Ahí contó el novelista Jesús Ferrero cuando Umbral se perdió en Zamora buscando, de noche, la casa de su novia, a quien en aquel pueblo zamorano llamaban Españita. Se imagina uno aquel germen del gran escritor que fue Umbral desbrozando el camino, sudoroso y perdido, en pos de Españita. Y, claro, como los diminutivos llevan a la realidad del calorcillo que ahora padecemos, imaginé de pronto que este país se hubiera llamado Españita -el reino de Españita, la República de Españita-, y deduje que quizá no nos hubiera venido mal un diminutivo para bajarnos los humos de la solemnidad patria, la de la vida y la del fútbol. La verdad es que Rajoy ya ha empezado. Llama al calor calorcillo, y se queda tan fresco
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