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Columna
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Lois en el recuerdo

Hubo una generación de estudiantes gallegos en Madrid, allá por los finales de los setenta, que estuvo a punto de cambiar el mundo en su totalidad y que cambió Galicia a su regreso a la tierra. Uno de ellos era Lois Pereiro, los otros eran muchos, y algunos muy conocidos: se apellidaban también Pereiro, o Rivas, o Patiño, o Iglesias... Gentes de la Transición y el desencanto, pero también del nuevo periodismo, la nueva pintura, la nueva novela, el nuevo rock. Lois Pereiro era el hombre de la nueva poesía. Y lo era porque lo que decía era el fulgor de la nueva noche que la misma Transición nos trajo, con esos fulgores y sus sombras, su miedo y su temblor. Y ese era el relato poético de Lois, dejaba herido el cerebro de quien lo oía o leía con su huella áspera de narrar ese mundo que estaba cada vez más alejado del mundo de superficie.

El poeta Lois Pereiro representa todo aquel mundo, nos representa a los desolados, por tanto

Y esa huella era duradera: era un poeta pleno, brillante y definitivo en la expresión, y que a veces alcanzaba una extraordinaria belleza y lograba un fuerte impacto cognitivo, el impacto de quien nos narra un mundo distinto que está a nuestro lado y que no conocíamos, pero que se cuelga de las palabras de Lois para hacerse ver.

Yo conocí a Lois entonces, aunque sólo tuve un trato próximo algunos años más adelante, camino de Santander, hacia la UIMP, a actuar, como él y con él, en Chove sobre Mollado (Semana de las Fuerzas Atroces del Noroeste), un tinglado espléndido por el que andaba Manuel Rivas y otros agitadores culturales, como Antón Reixa, que además cantaba con su grupo, Os Resentidos, en El Sardinero. Galicia estaba de moda, y sus movimientos culturales, patrocinados en buena medida por aquellos ex estudiantes madrileños de regreso a casa, eran lo último de lo último. La movida viguesa y las de más movidas galaicas también ayudaba a ello. Menuda gentuza de armas tomar, como luego fueron demostrando todos.

El largo camino de Monforte a Santander lo hicimos el mismo Lois, mi mujer Carmen Pena, crítica y profesora de arte que estaba en su salsa cuando Lois y yo recitábamos, y yo mismo, al volante, situación que me permitía visualizar el recitado de Lois por el retrovisor interior. Nunca olvidaré aquella larga jornada de coche en la sufrimos algunos sobresaltos, como que se nos anunciara, allá por Astorga, quizá por una mala interpretación mía de algo que no recuerdo, exactamente, el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, nuclear, por supuesto, y todo ello divisando el edificio de Gaudí, el Palacio Episcopal.

Aquella emoción del final nos hizo acelerar el disfrute del instante, carpe diem, y pasamos de la poesía al canto y del canto a la poesía, y como quiera que ningún dato externo parecía confirmar el estallido del conflicto, fuimos tranquilizándonos y recitando a ritmo más plausible a la par que melancólico. Lois era así también: próximo, divertido, mordaz, amigo (sin pedir graves papeles de reconocimiento), y poeta, un poeta de un talento inmenso y cósmico, como la misma noche que se nos iba a anunciando.

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Aquello de la UIMP (Universidad Internacional Menéndez y Pelayo) fue una fiesta, y de allí salí convencido de que la cultura gallega, y Galicia en general, habían decidido salvarse a sí mismas y salvar, de paso, al mundo. Esto tenía algún fundamento y se cumplió de alguna manera: aquella generación estalló en cantidad y calidad, y colaboró activamente a cambios sustanciales, al menos en Galicia. El mundo es más inalcanzable, aunque también se llega.

Que la Real Academia Galega, con mucho acierto, recupere a Lois y a sus textos en el próximo Día/Ano das Letras Gallegas, no es más que la expresión de un cambio también en la magnífica institución: también cabe Lois y quienes como Lois construyeron un relato duro, hermoso y difícil de un mundo no menos duro, hermoso y difícil.

Ya no quedan apenas estudiantes gallegos en Madrid, afortunadamente, y hoy tienen en su tierra casi todas las carreras posibles. Pero a los gallego-madrileños estructurales nos han dejado en la desolación. Por eso escribimos y por eso respiramos: para combatirla. Aquella generación llevaba, como Rosalía, na fronte unha estrela e no bico un cantar.

Lois Pereiro representa a todo aquel mundo, nos representa a los desolados, por tanto, y este año de las Letras será también nuestro año, y lo viviremos con Lois y con todos aquellos bárbaros del norte que un día ocuparon La Magdalena parta llevar Galicia al mundo. Y en el mundo está, por más que algunos quieran diluirla en el río final de los tiempos pasados. Pues no existimos, y lo hacemos este año a la sombra de Lois.

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