El Mundial de los mosqueteros
En el campeonato han prevalecido las selecciones que priman el conjunto por encima de cualquier divismo - España es un caso paradigmático: el banquillo ha resultado capital
No será este un Mundial de autor como los de Pelé, Zidane, Ronaldo o Maradona, sino de mosqueteros, todos a una. En Sudáfrica se han impuesto los conjuntos por encima de los más reputados letristas, un campeonato de todos y de ninguno. No hubo señas de Rooney ni Cristiano Ronaldo, apenas alguna migaja de Kaká, y Messi se fundió cuando más le urgía a Argentina. En África se difuminaron Drogba y Eto'o y del borrón general de los esperados equipos del continente solo se libró Ghana, que ha jugado sin Essien, su gran referente.
Alemania ha competido sin el sobrevalorado Ballack, lo que ha reconfortado a chicos como Müller, Özil y Khedira, que hoy cotizan alto. Con Ballack quizá fueran sherpas. La marcha triunfal de los equipos americanos en el primer tramo del campeonato tampoco tuvo un nombre propio con selecciones tan gremiales como Chile y Paraguay, que maquillaron la falta de solistas con la solidaridad de notables secundarios.
Reinan cuatro técnicos sin estridencias: Tabárez, Löw, Van Marwijk y Del Bosque
Lo mismo ha ocurrido en los banquillos, donde esta semana reinan cuatro técnicos sin apego a las estridencias, entrenadores que por su forma de actuar preconizan el valor del grupo sobre cualquier cosa. Ellos no quitan focos. Son los casos de Óscar Tabárez, Joachim Löw, Bert van Marwijk y Vicente del Bosque. Nada que ver con el abrasivo histrionismo de Maradona, la soberbia del pitoniso Domenech, el cutrerío del sargento Dunga o las poses divinas de Capello, un entrenador de Armani, un ganador eterno, como deslizan en su coro mediático, que cuando pierde dice no reconocer a sus jugadores. Un triunfador en exclusiva que no conjuga el verbo perder, eso es asunto del vestuario. Él tiene coartadas: la pifia de un portero (Green) o de un árbitro (Jorge Larrionda). No es el único que ha padecido las travesuras del Jabulani o los espasmos arbitrales.
Sin estos técnicos altisonantes, el Mundial ha bajado el volumen. Solo quedan las vuvuzelas de una afición primeriza abandonada muy pronto por los bafana y que desde hace semanas debe mudarse de colores cada día.
Los cuatro equipos que se jugarán el título a partir de hoy (Uruguay-Holanda, 20.30) tienen varias connotaciones similares. De entrada, no están supeditados a ningún futbolista de camerino, no de vestuario. Son selecciones orquesta, en las que todos tienen su cuota de éxito, las líneas se respaldan unas a otras y no se desprecia el medio campo como si fuera un apeadero prescindible como hicieron Argentina o Brasil, por ejemplo. En este instante, cabe pensar que Villa y Klose se disputen el mvp, lo que subrayaría el tono sindicado del torneo. Ambos goleadores precisan que el juego se articule a su alrededor. En gran parte, de ello depende su rendimiento: del compás de Xavi e Iniesta, del empuje de Müller, de una nota de Özil. La producción de Luis Suárez y Forlán no sería la misma sin la corneta de Lugano o el estajanovismo de Diego Pérez. Sneijder y Robben tampoco juegan solos.
El caso de España es paradigmático. Villa al margen, sin la mejor versión de su esqueleto, resulta que casi todos han contribuido. Casillas silenció la cháchara que había a su alrededor cuando más se le añoraba en España; Xavi e Iniesta llegaron a tiempo a pensar goles decisivos; Piqué, Puyol y Capdevila evitaron más de un susto; Busquets ha sido un ancla crucial, y Xabi Alonso, además de otras misiones, se ha sacrificado en favor del gol, no ha rechistado al cubrir la banda de Villa para descargar la mochila defensiva del asturiano. Todo en favor de una causa común. Tanto carrete ha necesitado la selección de Del Bosque que la importancia del banquillo ha sido capital. Torres y Navas, aunque sin éxito, estiraron el equipo ante Suiza, Llorente cambió el paso a Portugal y Cesc hizo de despertador ante Paraguay, como Pedro, que jugó al billar con el poste en la carambola final de Villa. Incluso alguno ha sido imprescindible sin debutar, como Reina en su soplo a Casillas cuando Cardozo iba a tirar el penalti. Así es este Mundial sin divismos, imposible de etiquetar porque el todo está por encima del yo.
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