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Columna
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Con Trini Simó

Últimamente me encuentro menos de lo que quisiera con Trini Simó por Valencia, cuyo urbanismo y arquitectura tan bien conoce. Sin embargo, en muchas ocasiones no puedo evitar pasear mentalmente con Trini, cuando ando por las calles de esta ciudad, que, pese a todo, ella tanto ama y que nos ha enseñado a mirar.

Desde hace unas semanas me acuerdo mucho de Trini a raíz del triste asunto de los Jardines de Monforte. Hace apenas unos días volví a "encontrármela" en el Parterre. Un jardín del que a ella le gusta especialmente la pequeña verja, que lo rodea. Es una verja muy sencilla, de diseño geométrico con círculos formando una cenefa, que cierra el jardín. La barandilla sirve de respaldo al banco corrido que circunda todo el jardín y lo amplía visualmente ofreciendo al paseante un lugar de reposo bajo los árboles. Pues bien, el otro día constaté con disgusto, pero no sin sorpresa, que la centenaria verja estaba parcialmente rota.

Y el pasado viernes no pude dejar de acordarme de Trini Simó al leer la noticia de que el Cabildo de la Catedral de Valencia lleva muy avanzadas las gestiones con el Ayuntamiento de Valencia para retirar los olivos y cipreses que rodean las fachadas y capillas recayentes a la plaza de la Reina y a la calle del Micalet. La aparición de humedades en el templo es uno de las razones alegadas por el deán, Emilio Aliaga, aunque no la más importante. Aliaga ha explicado a la agencia de noticias del arzobispado que el motivo principal era estético, ya que los cipreses y olivos "han crecido desmesuradamente, impidiendo la visión completa de la fábrica gótica y neoclásica de las capillas laterales en la calle del Miguelete y de la parte de la plaza de la Reina". Y aquí es donde aparece el problema: en esa obsesión tan persistente en esta ciudad de monumentalizar los edificios al margen de la trama urbana en la que surgieron, de manera que muchas de sus formas y volúmenes, sacados de su contexto, pierden el sentido arquitectónico con el que fueron concebidos.

Hace años, Trini Simó explicó esto perfectamente cuando denunció el grave error de haber abierto la plaza de la Reina, derribando una serie de casas que ocultaban el gran muro ciego de la catedral que está a la derecha de la puerta barroca y que formaban una estrecha calle que iba a parar a dicha puerta. Una puerta cuya concepción estuvo marcada por el reducido espacio existente y el gran problema de la proximidad del Micalet con su gigantesca monumentalidad. A principios del XVIII, ambos problemas fueron resueltos por el arquitecto alemán Conrado Rodulfo, mediante un ingenioso juego de curvas convexas y cóncavas, de retranqueos y retrocesos que le dan presencia y amplitud.

Recuperar esa perspectiva es poco menos que imposible, pero tengo muchas dudas de que profundizar en la monumentalización de una fachada que nunca fue hecha para ser vista, contribuya a disfrutar mejor de la Catedral. Tal vez sólo consiga profundizar en el problema y hacer menos inteligible esta maravillosa puerta. Tendré que dar un paseo con Trini Simó.

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