Música de fondo
En el ancho mundo de las novelas y los cuentos de Kazuo Ishiguro siempre palpita una canción. No muchos escritores traducidos a 30 lenguas pueden presumir de haber emprendido ese viaje dentro de la literatura. Ni tener el coraje de reconocer que en cada una de sus obras vive la influencia de un estribillo, de una idea musical en la misma escala o medida que los grandes nombres de las letras universales.
Hace años quería ser Bob Dylan. Era más joven, estaba más perdido y no sabía con certeza a qué mundo pertenecía. Si a aquel Japón que renacía de sus cenizas atómicas o a la decadente Gran Bretaña, despojada del imperio e hirviente de cultura pop, donde creció. En medio de ese mar de dudas siempre aparecía como un asidero su guitarra, su piano y una canción. "He escrito más de cien", confiesa.
Nocturnos: cinco historias de música y crepúsculo
Kazuo Ishiguro.
Traducción de Antonio-Prometeo Moya.
Anagrama. Barcelona, 2010.
256 páginas. 17 euros.
Nocturnos : cinco contos de música e anoitecida
Kazuo Ishiguro
Traducción de María del Carmen Alonso Seisdedos.
Galaxia. Vigo, 2010.
216 páginas. 17 euros.
"Apenas hablo japonés. Solo con mi madre y no muy bien". "En mi obra, la identidad son los temas, las obsesiones, no las raíces"
"Me gusta pensar que al final de cada historia comienza otra para cada uno que puede ser mucho mejor"
Y seguirá haciéndolas. Pero más que como triunfador en el mundo de la música, pese a que estudió piano desde los 5 a los 12 años, el chico nacido en Nagasaki en 1954 y educado como un gentleman en colegios ingleses y en la Universidad de Kent terminó como un escritor respetado de las nuevas letras británicas. Una voz destacada entre aquellos que estallaron allá por los años ochenta, aunque a él le llegara el éxito en los noventa.
Comenzó a hacer guiones para series, relatos y después siguieron las novelas. De Pálida luz en las colinas a Los inconsolables o Nunca me abandones pasando por su mayor éxito, Los restos del día, siempre, confiesa el autor, el alma de cada historia iba acompañada de algo tarareable. "Creo que en mi obra narrativa late constantemente esa forma, esa manera de explicar las cosas con pocos medios, esa obligación de expresar y hacer buscar dobles significados, de leer entre líneas", comenta Ishiguro en un salón de té londinense cercano a Picadilly.
Pero si esas canciones resuenan más en algún sitio es en sus nuevos Nocturnos (Anagrama). Son cinco y los ha compuesto a ritmo lento, de balada atormentada, creando una atmósfera que permite vislumbrar los enigmas sin que logremos descifrarlos nunca por entero. Entre sus notas, a los lectores les está permitido acompañar a unos personajes que persiguen el éxito como un espejismo: "Es curiosa la visión del triunfo que tienen algunos. Además, el éxito siempre es subjetivo, uno puede lograrlo cara a la galería y sentirse frustrado en su interior, porque la idea y la ambición que tienen en la cabeza no se corresponde con lo que han conseguido".
Todos los protagonistas de Nocturnos se encuentran en un cruce de caminos: en las puertas de tomar decisiones vitales que funden el pasado sin la certeza de lograr nada en el futuro. Vamos de la mano con ellos, pero hasta un punto. Después les soltamos para dejar paso a la sugerencia, a nuestra libre interpretación. "Me gusta pensar que al final de cada historia comienza otra para cada uno que puede ser mucho mejor", dice el escritor.
Por los relatos deambulan músicos callejeros que acompañan a crooners de leyenda gastada por Venecia, violonchelistas que se reconocen por instinto, músicos enamorados y sorprendidos por el espejo de un azar que les revela tristes verdades sobre la autenticidad del amor, aspirantes a estrellas dispuestos a cambiarse el rostro para que no se les escape el éxito. Gentes que se creen felices y en realidad no lo son, mujeres delirantes y extraños paisajes fantasmales...
Son historias con escenarios diversos, muy centradas en complejas introspecciones y vagas identidades, como casi todo dentro del mundo de Ishiguro. Él es un escritor que ha zarandeado sus propias raíces. "Apenas hablo japonés. Sólo con mi madre y no muy bien", confiesa. En sí, su aspecto de nipón cosmopolita no puede ocultar sus maneras inglesas, menos con un té y unos bollos untados de mantequilla y mermelada de fresa a las cinco de la tarde, en pleno Londres: una costumbre tan típicamente británica.
La identidad... Ese enigma en Ishiguro. De hecho, Japón aparece en sus dos primeras obras, Pálida luz en las colinas y Un artista del mundo flotante. Después se diluye en el resto. Desaparece de manera abrupta. Porque Los restos del día, su novela más conocida y llevada al cine por James Ivory, es el colmo de la esencia británica. El ser inglés plasmado en la legendaria estampa del mayordomo Stevens que encarnó después Anthony Hopkins. "En mi obra, la identidad son los temas, las obsesiones, no las raíces. Mis dos primeros libros se desarrollan en Japón pero tratan de gentes que rehúyen el compromiso y que pese a creerse testigos activos de un tiempo excepcional son solo esclavos de las circunstancias. Eso y el bloqueo emocional, la represión y la incapacidad para saber manejar tu vida como dictan los sentimientos están en Los restos del día. Pero en Inglaterra. Podía haber escrito otro libro sobre los mismos temas en un lugar diferente...", comenta Ishiguro.
Cree que su deber, como parte de una generación abierta, es llegar al máximo de gente posible. "Los escritores británicos anteriores a nosotros buscaban reconocimiento universal, pero los lectores que trataban cara a cara eran británicos de clase media alta. Nosotros, al viajar, hemos comprobado que nos leen en todo el mundo y que nuestras obras deben ser comprendidas por cualquiera entre España y Japón. Nuestra ambición es llegar al máximo de lectores posibles".
Aunque muchas veces le queme no sentirse bien entendido. Sobre todo cuando la imaginación no se corresponde con la materia. "Sé que existe esa teoría de que los libros pasan a ser de los lectores una vez caen en sus manos, pero cuando tratas de expresar una idea y ves que la forma no lo ha conseguido, que no trasciende en toda su extensión el mensaje, resulta frustrante".
En términos generacionales se encuentra en mitad de un sándwich. "No se me puede enmarcar en el lugar donde están Rushdie, Martin Amis, Julian Barnes o Ian McEwan, son mayores que yo. No mucho, pero en un mundo tan acelerado, unos pocos años marcan tremendamente la diferencia. Yo soy de la misma edad que Hanif Kureishi o Jonathan Coe, me siento más cercano a ellos".
Dos hornadas de autores más abiertos al mundo que sus predecesores. Aunque la cerrazón y la impermeabilidad de los anglosajones a otros mundos sigue siendo preocupante y mucho mayor que en otros ámbitos. Es algo que algunos autores latinoamericanos han puesto de manifiesto en algún Hay Festival, quejosos de conocer a los británicos perfectamente mientras que en ellos no encuentran rastro de haberlos leído.
Pero Ishiguro niega que sea tan grave. "A todos nosotros nos han influido Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y ahora Bolaño, Stieg Larsson, Murakami o Irène Némirovsky, por poner ejemplos de todas partes y varias generaciones". Mucha de esa responsabilidad la tienen los editores. "Es cierto que si entras a una librería en Londres no encuentras lo mismo que en una de Francia, Italia, Alemania o España...". Para demostrar su buena voluntad, pide por favor una lista de autores hispánicos, aparte de los citados, que deba leer.
Pero también ataca para defenderse. "Si no resulta demasiado hiriente esta apreciación, también le diré que algunos escritores de otras lenguas quizás se hayan encerrado demasiado en sí mismos. Les pasa a los franceses o a los alemanes. Renunciaron a una fuerte tradición propia de contadores de historias para pasarse a la autoficción y analizar temas que interesaban muy poco fuera de París". Aunque ésa, es otra canción...
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