Un escritor olvidado
Lo que me dispongo a contarles es algo inquietante, o al menos así me lo parece a mí, tal vez por las circunstancias. Ya ustedes verán. Es la historia de un escritor italiano llamado Carlo Cristiano Delforno, muerto en 1995 cuando tenía 52 años, y que hoy es uno de los muchos casos, muchísimos, de absoluto olvido literario, no exento de un cierto halo trágico. Sus libros están fuera de catálogo; su nombre no es recordado ni citado por nadie; no aparece en ninguna historia de la literatura italiana ni, por supuesto, europea o mediterránea. Apenas quedaron registrados algunos títulos suyos a los que se puede acceder por Internet, pero por lo demás es como si no hubiera existido.
Sin embargo, Delforno publicó cinco novelas en los años ochenta, y una de ellas, Fábula extrema (traduzco los títulos), obtuvo en 1985 un premio literario importante. No sólo eso: tras las dos primeras, Via Palamanlio (1980) y Blue Indigo (1983), fue considerado por la crítica como uno de los escritores más originales e innovadores, gran promesa de la literatura italiana. Fue editado por la casa Rizzoli y luego por Einaudi. Nada menos. Luego se fue a Los Ángeles.
A mediados de los ochenta, casado con una mujer franco-noruega de la que tuvo dos hijos, escribiendo para Hollywood y ganando bastante dinero, Carlo Cristiano Delforno saboreó el éxito y fue feliz, pero muy pronto su destino iba a dar un fuerte viraje. De la mano del éxito aparecieron el alcohol y las bellas mujeres, daifas y colipoterras atraídas por su fama y su apariencia de dandi, pues Delforno era bien plantado: pelo abundante y negro, frente amplia, mirada lejana. Era italiano. Harta de escenas, la franco-noruega acabó por dejarlo y se llevó a los hijos, lo que le ocasionó una fuerte depresión. Tiempo después, en uno de los muchos intentos por recuperar a su familia, Delforno compró un terreno cerca de Roma, en la región de Sabina, y construyó una enorme casa con vista a un valle repleto de olivos, encinas y robles. A cada uno de los hijos le hizo una habitación de ensueño y en el centro erigió un majestuoso salón que domina las montañas, destinado a sabrosas veladas familiares. Pero fue inútil. El alcohol acabó por devorarlo y murió solo en su pequeño palacio.
Yo no sabía nada de todo esto cuando alquilé la casa.
Es ahora, con el tiempo, cuando he podido reconstruir su historia. El cartero me contó que Delforno quemaba neumáticos en el jardín para espantar a las víboras, pero nadie ha visto jamás una y sospecho que debían de ser alucinaciones. En otra ocasión, durante una cena con mi editor italiano, mencioné la casa y a Delforno, y él pegó un grito: ¡Claro que lo conocía! ¡Había sido su primer editor en Rizzoli! Por él supe de los premios y del modo en que lo apreciaban en el mundo literario, hasta el momento de su caída. Cuando murió, los periódicos dieron una escueta noticia. Las editoriales que lo ensalzaron no enviaron coronas de flores ni mensajes; los campesinos de la región se sorprendieron: pocos sabían que era escritor.
No sé muy bien por qué he recordado esto ahora, cuando ya no vivo en esa casa. Lo cierto es que desde hace unos días no logro pensar en nada distinto. El mes pasado, husmeando libros de segunda en Roma, encontré una novela de Delforno. Se llama Transición y es de 1989. La compré y empecé a leerla en un parque hasta que la dejé, por tristeza. Es la historia de un hombre que lo pierde todo. El ejemplar tiene una dedicatoria a una mujer, "en nombre de una antigua amistad", pero ella debió de cambiar de opinión y por eso ahora yo tengo el libro. Tampoco avanzó mucho: había un marcador en la página 46. Dios santo. Si uno pervive en sus obras y en el recuerdo de los otros, Carlo Delforno, que construyó la casa en la que viví durante cuatro años, parece haberlo perdido todo. Su historia, al fin y al cabo, es la de todos los escritores: llegar al olvido que, unos antes y otros después, todos mereceremos.
Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) es autor, entre otros libros, de Necrópolis. Premio La Otra Orilla. Barcelona, 2009. 464 páginas. 20 euros.
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