Batalla de Inglaterra (prórroga)
Se ha dicho que la no concesión del gol legal marcado por Inglaterra frente a Alemania el pasado domingo en el Mundial de Suráfrica tenía algo de justicia poética: que compensaba el error en sentido contrario cometido en 1966, en la final del Mundial que ganó Inglaterra a Alemania en la prórroga merced a un gol fantasma. Sin embargo, ya aquella jugada decisiva de hace 44 años se consideró una expresión de justicia poética.
Desde luego, el disparo de Lampard traspasó con holgura la raya tras rebotar en el larguero, según se observa en las imágenes ralentizadas de televisión. Pero tanto como al error del árbitro o al despiste de su linier, la no concesión del gol se debió a la astucia del guardameta alemán, que sacó rápidamente de puerta, provocando un peligroso contraataque que obligó al juez a correr hacia la otra portería, sin tiempo para pensar si había entrado o no. Fue un error inducido, pero no disculpable, y tan grande como el del árbitro italiano que en el otro partido de la jornada, el Argentina-México, dio por válido un tanto marcado por los de Maradona en claro fuera de juego.
Con el añadido, en este caso, de que al mismo tiempo que el árbitro explicaba a los mexicanos que el gol era legal, las pantallas del estadio mostraban lo contrario. En lugar de sacar de ese ridículo la conclusión de que tal vez debería contarse con el auxilio de la técnica para dirimir jugadas dudosas, el portavoz de la FIFA arremetió ayer contra quienes habían emitido en caliente esas imágenes reveladoras del error. Que es como culpar al gallo del amanecer.
Los dirigentes del fútbol se han resistido siempre a cualquier utilización de la técnica que reduzca los riesgos de arbitrariedad e injusticia en las decisionea. A lo más que han llegado es a la posibilidad, ya ensayada en la Liga Europa, de colocar jueces de portería para dilucidar los llamados goles fantasma. Como el de Lampard del domingo o el decisivo de Inglaterra en la final de 1966.
El autor de aquel tanto fue Geoff Hurst. Había nacido el 8 de diciembre de 1941 en el metro de Londres, durante los bombardeos alemanes; por eso se dijo que había algo de justicia poética en aquel gol ilegal dado por válido por un arbitro suizo.
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