Y la música también
De entre las cosas bellas que hay en este mundo, que son muchas, incluso tal vez inabarcables, yo destacaría, o al menos reseñaría, el contento de niños y niñas de alrededor de diez años que en los fines de curso del Conservatorio ofrecen una audición de lo que aprendieron en el curso. Hay instrumentos e instrumentos, por lo que una flauta no suena exactamente como un trombón, y cada uno tiene su propia querencia y su ardua dificultad y sus ardides técnicos. Y su mérito, siempre. No es por nada, pero vérselas a solas con un instrumento musical produce un cierto escalofrío, de una intensidad seguramente parecida a la del miedo del portero ante el penalti, aunque con otras expectativas y diferentes resultados. Puede ser una manía, no lo niego, pero de entre el repertorio de instrumentos me fascinan los de cuerda y especialmente el violonchelo. Y no por nada. Escuchar a uno de esos niños interpretando -a veces un tanto indeciso- una de las Suites de Bach tiene tanto misterio como determinar con firmeza el origen de las galaxias, porque resulta en efecto asombroso que a tan tierna edad se atreva a abordar la inmensidad de lo que, al cabo, resulta ser un territorio siempre incomprensible. Repase el lector, si ganas tiene, las versiones de las Suites de Rostropóvich, Casals, Gendron o Yo Yo Ma para hacerse una idea de lo que en vano trato de decir.
Y bien, pues el germen de todo esto (que es más importante para el desarrollo de la creatividad infantil de lo que parece) corre el riesgo de acabarse en un futuro próximo gracias a las genialidades culturales del Consell. La primera página del cuadernillo valenciano de este periódico del pasado lunes era bien instructiva al respecto. Como apertura: "Ocho mil personas denuncian los recortes a las sociedades musicales". Y, más abajo, sobre otro desdichado asunto: "La Generalitat lleva gastados más de 211 millones en la carrera de fórmula 1". La conclusión es clara. ¿Para qué diablos queremos enseñanza musical cuando disponemos del infernal raca-raca de los Ferrari y compañía? Y el que quiera escuchar o hacer música, que lo haga en su casa, que es como decir que al que le interese la biología que se monte su laboratorio en el patio de vecinos.
Ya que el conseller Font de Mora tiene demostrado que es más estrafalario que inteligente, con sus numerosas y pintorescas ocurrencias, podría de vez en cuando (pedir más no parece posible) mostrar algo de sensibilidad en función de las obligaciones de su cargo. Ignoro si le gusta la música, y por tanto si tiene interés personal o institucional por fomentar su enseñanza desde edades tempranas, o si prefiere el estrépito de los superbólidos en carrera, aunque envenenen un lugar que debería ser tranquilo como el puerto. Claro que, siendo hombre de recursos, siempre puede pasar a los niños vídeos de las carreras para que aprendan, al menos, a distinguir el sonido del motor de un Ferrari del de un Red Bull. Aunque fuera como actividad extraescolar. A fin de cuentas, casi todo lo que hace Font de Mora lo es.
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