_
_
_
_
AL CIERRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El mal

Jordi Soler

Paul Schäfer era un coronel del ejército de Hitler. Cuando terminó la guerra y empezó la desbandada, se disfrazó de pastor luterano y montó un orfanatorio cerca de Bonn. En 1961 fue acusado de abusar sexualmente de los niños de su propia institución y, huyendo de la justicia, llegó a Chile, país en el que volvió a reinventarse, ahora como gurú, patriarca y empresario. Compró una extensión de tierra de 100 kilómetros cuadrados y fundó Colonia Dignidad, una comunidad vallada y protegida por guardias armados y perros alsacianos, que contaba con el beneplácito y el apoyo logístico y económico de su amigo el general Augusto Pinochet. Ahí echó a andar una secta, cuyas líneas directrices eran el odio a los comunistas y a los judíos, y su motor el régimen de esclavitud, y de estupefacción, que padecían los habitantes de Colonia Dignidad, sobre todo los niños, que trabajaban de sol a sol.

¿Por qué la gente se sometía a sus lineamientos?; aquel hombre les había dado casas, un hospital, trabajo, había inventado un pueblo donde antes no había nada y, con el tiempo, cuando su amigo Pinochet se hizo con el poder, Colonia Dignidad fue inmediatamente a más. Schäfer fue eximido de pagar impuestos y montó una estación de televisión y un aeropuerto de donde salían, hacia Alemania, los productos que durante sus jornadas interminables de esclavitud fabricaban los habitantes. Por otra parte, Schäfer quitaba los niños a sus padres, desde que eran muy pequeños, y los adoctrinaba en el antisemitismo, en el anticomunismo y en el amor incondicional a su líder, que era él mismo, y, además, abusaba de ellos.

Para corresponder los favores que le hacía Pinochet, instaló en Colonia Dignidad un salón de torturas donde él, personalmente, con Wagner de fondo, ajustaba cuentas con los enemigos del general. Schäfer, hay que decirlo, tenía un descomunal carisma fundamentado, como aquella mujer que escribió Durell en su Cuarteto de Alejandría, en su ojo derecho, que era de vidrio. En 2005 fue condenado a 33 años de cárcel por abusar sexualmente de 25 niños, entre otros delitos. Murió hace unas semanas de un infarto. A su entierro asistieron su hija adoptiva, su abogado y dos sepultureros.

twitter.com/jsolerescritor

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_