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Columna
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Un barco cargado de mentiras

Tras tantos años y mareos políticos y judiciales al final resulta que Apostolos Mangouras fue el único culpable de todo aquello, de la catástrofe que se desencadenó al naufragar aquel petrolero ruinoso. ¿Conseguirán cargarle tanto peso a esos hombros?

El Prestige no se fue, se quedó como un barco fantasma, una presencia amenazante para unos y otros. Nos lo recuerda la derecha, que un día y otro, a través de la pluma de columnistas o de políticos, nos recrimina a todos los gallegos, especialmente a quienes más se movilizaron en aquellos días. ¿Qué nos recrimina esta derecha? Que la hayamos apartado del poder.

Y eso es algo que le resulta absolutamente imperdonable, como podemos ver en su comportamiento desde las elecciones legislativas de hace seis años. Desde la detención de los terroristas islamistas que les resultaron tan incómodos por no ser de ETA ni hablar euskera, hasta hoy nunca han dudado de que el poder político les seguía perteneciendo de un modo natural y de que el cambio de gobierno fue ilegítimo, una usurpación del poder. Si así reaccionó en España, incapaz de aceptar la realidad, incapaz de afrontar las verdaderas causas de su derrota, cuál no habrá sido su herida tras perder inopinadamente el poder en aquella Galicia ahogada bajo el reinado asfixiante de Fraga y que creían suya. Lo ocurrido tras aquel temporal que hizo naufragar un barco podrido es una herida que llega hasta aquí, todavía hoy repiten y estiran las viejas mentiras para no reconocer lo evidente: aquel Gobierno reaccionó tremendamente mal y transformó él solito un desastre ecológico en una conmoción social.

No estamos locos, y no creemos que Mangouras sea el único responsable

Vuelve Álvarez-Cascos, Medalla de Oro de Galicia otorgada por la Xunta de Fraga tras enviar el barco "al quinto pino", reaparece en la política por Asturias. Reaparece el barco fantasma, regresa de ese "quinto pino" en el fondo del mar para ser juzgado. El viejo barco podrido y hundido, todavía amenazante, y su viejo capitán. ¿Fue entonces Mangouras el responsable de tanto trastorno y preocupación? Puede que acabe resultando el único culpable pero no fue él quien armó y fletó ese barco, ni ninguna de todas esas otras ruinas que siguen pasando frente a nuestras costas, pues la navegación mercante del mundo no cambió desde entonces.

Tampoco fue quien le concedió la autorización para salir de puerto. Y puede que acabe resultando culpable de todo pero no fue él quien en vez de atender el naufragio, como manda la ley internacional, decidió marearlo arriba y abajo y luego enviarlo mar adentro. Tampoco fue él la autoridad que negó que hubiese marea negra cuando ya llegaba a nuestras costas. No fue quien ordenó a los primeros voluntarios volver sobre sus pasos ni quien llamó "perros" a los que denunciaban ese proceder del Gobierno.

Debe de haber un error, no es posible que acusen a Mangouras de todos aquellos despropósitos. Ni los miles de voluntarios, ni los periodistas que desafiaron la mordaza que pretendían imponer, ni los marineros y mariscadoras de las Rías Baixas que improvisaron la flota más hermosa ni la gran mayoría de los gallegos estuvimos obnubilados, hipnotizados, engañados. No estábamos locos ni lo estamos ahora, teníamos razón y no creemos que el capitán del barco fuese el único responsable de aquel desastre. Un desastre multiplicado por el comportamiento enloquecido de un Gobierno que en aquel momento estaba sin timón, en aquellos días su presidente llegaba de viaje de Estados Unidos rumbo a Italia, ya actuaba entonces de mandado de Bush y cía para romper la "vieja Europa", buscando aliados para la destrucción de Irak.

Aznar no tenía tiempo para nimiedades y se lo dejó a su ministro de Fomento, que estaba ocupado, al parecer, de cacería. En aquel Gobierno sólo pareció conservar un atisbo de cordura Rato, que se dignó acercarse hasta una playa municipal para comprobar con la punta del zapato que efectivamente había chapapote. Luego vinieron los hilillos, las galletas, las lentejas y finalmente las playas esplendorosas, todo aquel disparate espectacular que fue el comienzo de su derrota y que los sigue teniendo hechizados. Al final va a resultar que la culpa fue de Nunca Máis y de Mangouras. Y no parece creíble. El PSOE aprendió su lección de la corrupción y los GAL y cambió su política y sus dirigentes. El PP simplemente no aprende. Y por eso la política gallega está como en el peor de sus momentos, una política de derecha radical, y la corrupción como una norma aceptada.

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