La portería inglesa está maldita
Un error del meta Green condena al conjunto de Capello ante un alegre Estados Unidos
Por mucho que se empeñen algunos estudiosos, no hay ciencia que pueda explicar el fútbol. Existe un elemento misterioso que escapa a todas las estadísticas. Ayer fue un error del portero Green, una de esas pifias que hunden una carrera. Ante un tiro flojo y centrado de Dempsey, el meta inglés puso las manos blandas y el balón se esfumó por su costado derecho. Dentro de la portería. Ante el estupor de la grada de Rustenburgo, mayoritariamente inglesa. El chico pidió tímidamente disculpas a sus compañeros, con la palma levantada y los ojos verdes acuosos de una tortura que iba a prolongarse para él.
El viejo fútbol inglés se plegó ante un rival mestizo, con jugadores de orígenes muy diversos, y un espíritu casi amateur reflejado en la alegría de su juego. Las paradas de Tim Howard, el portero estadounidense del Everton que sufre una enfermedad neurológica, neutralizaron el ataque inglés, voraz pero impreciso, con un Rooney sin la finura de hace unos meses. Y un Heskey sin nivel para acompañarle.
Las sospechas acompañan a los tres porteros de Capello: James sigue luchando a los 40 años contra la maldición de su apodo, Calamity James; Hart, de 23 años, ni siquiera había sido titular en el Birmingham; y Green, de 30, arrastraba en la nuca la tortuosa temporada del West Ham. Su marcha hacia el vestuario al final de la primera parte fue un via crucis para él, enfocado por todas las cámaras del estadio.
Algún mérito tuvo Dempsey, el media punta del Fulham, revolviéndose para desembarazarse de Gerrard y encontrar el ángulo de disparo. No era el mejor partido de Dempsey, pero para eso está el fútbol: para demostrar que nada es lo que parece. Hasta ese momento, Inglaterra había llenado la mochila de sensaciones positivas: Gerrard y Lampard se repartían solidariamente las tareas en el centro del campo; los laterales, Johnson y Ashley Cole, profundizaban como extremos y la defensa se replegaba para anular los contragolpes norteamericanos. Antes, Gerrard usó la superficie con la que ha concretado muchos de los goles de su carrera: el exterior del pie derecho. Al contrario que Maradona, que festeja los goles como un jugador, Capello no se permite ni media sonrisa. Al contrario. Aprieta la mandíbula y escupe nuevas órdenes sobre sus jugadores. Capello es un hombre de acción y dos de los cambios los hizo rápido: Wright-Philips por un perdido Milner, a la media hora, y Carragher por King, en el descanso.
El partido se abrió irremediablemente. Valientes los dos equipos, iban a por la victoria. Y a un disparo de Lampard despejado por Howard respondió una arrancada de búfalo de Altidore, superando por potencia a Terry, que Green desvió al poste. Un alivio para el portero inglés, un primer paso para escapar del castigo psicológico. Capello tocó la corneta y se fueron todos al ataque: los laterales, los extremos, los mediocentros...
El técnico italiano recurrió a Crouch para que bajara del cielo algún balón a los pies de Rooney. Pero Estados Unidos tampoco se resignó al empate. Y buscó el centelleo de Donovan, un magnífico delantero sin suerte en las grandes Ligas europeas.
"Somos 310 millones y no nos gusta ser segundos", dijo Bob Bradley, que tiene apellido de gran periodista, pero entrena a Estados Unidos desde 2006. Y amenaza con llevarlo muy lejos.
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