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Columna
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Vamos a menos y lo celebran

Acosadas por la crisis y apremiadas por los plazos para decidir un remedio, nuestras entidades de ahorro estaban abocadas a buscar socios con los que salvar el pellejo y afrontar el futuro. La primera en encontrarlos ha sido la CAM, que por fin ha hecho migas con sus homólogas de Extremadura, Asturias y Cantabria. Y esta misma semana nos ha sorprendido -aunque no demasiado- Bancaixa, con esa suerte de fusión virtual o fría con Caja Madrid, que ha de concluir previsiblemente en un abrazo del oso en el que se diluirá la componente valenciana. Considerémoslo una ineludible en tanto que perentoria ofrenda a la consolidación del sistema financiero español. Qué remedio.

Puestos a resignarnos habremos de admitir que es una solución necesaria para ambas entidades -decimos de las nuestras-, carentes de músculo financiero para aguantar el tipo por sí solas, así como poco o nada propicias a unir sus destinos, una opción que nunca fue contemplada gratamente por los gestores alicantinos, y no sólo por los altos costes laborales que comportaba. Lo cierto es que, a fuerza de trabar el posible proceso de aproximación entre ambos entes, acabaron por hacerlo incompatible y resistente a los reiterados y siempre tímidos intentos de acercamiento promovidos por los sucesivos titulares de la Generalitat. Si la vertebración de esta autonomía tiene todavía algún sentido en la era global que vivimos, acabamos de perder uno de los instrumentos que pudo resultar determinante para desarrollarla.

A todo esto, y como acontece con la inmensa mayoría del vecindario, no sabríamos diagnosticar qué flaquezas o errores -porque haberlos, haylos- han determinado que nuestras cajas hayan de acogerse precipitadamente a estas tablas de salvación en las que, si no su piel, es seguro que sacrifiquen su nombre y su arraigo. Es indudable que para llegar a estos extremos han debido de adoptarse decisiones y trazar políticas incorrectas, como al parecer -pues nadie ha sido muy locuaz al respecto- ha sido la asunción temeraria de riesgos. En todo caso, a alguien o a alguna instancia gestora habría que endosarle la responsabilidad. Muy al contrario, percibimos que las nutridas nóminas de ejecutivos y consejeros bien remunerados creen haber cumplido una hazaña acogiéndose a estas fusiones cuando la realidad es que antes los valencianos teníamos dos potentes cajas de ahorro propias y ahora a decir verdad y provisoriamente sólo contamos con la de Ontinyent. ¿A quién se le han pedido cuentas, alguien ha dimitido siquiera sea por vergüenza torera? No nos extrañaría que, encima, estos linces financieros y tantos beneficiados políticos se colgasen medallas por el hecho de participar en la sopa boba y quedar mermado nuestro poder financiero.

Quien no podrá condecorarse es el molt honorable presidente de la Generalitat, Francisco Camps, que estos días ha vuelto a protagonizar la actualidad a fuerza de ser evocado por su debilidad política. Era inevitable que se le comparase con su colega y correligionario el presidente gallego que, este sí, ha conseguido ganarle el pulso y fusionar a las dos cajas autonómicas. Al valenciano, en cambio, le queda el pírrico consuelo de haber contribuido como prominente testigo mudo a la formación de la primera caja española por el volumen de activos. Por encima de La Caixa, ahí es nada. En cierto modo, también es historia.

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