La conductividad de Electra

Hasta hace poco, el teatro de Galdós parecía página pasada o arrancada de la historia de nuestra literatura: en la memoria colectiva, pero también en manuales 20 veces reeditados, el novelista eclipsó al dramaturgo. Vale la pena recuperarlo como Ferran Madico y Francisco Nieva hacen en este espectáculo tan elocuente sobre la libertad de elección, la lucha entre positivismo y creencias y la manera en que algunos apelan a "profundas convicciones morales" para imponer lo que no son sino intereses personales.

El estreno de Electra, en 1901, en este mismo teatro Español, levantó tal revuelo anticlerical que el nuevo Gobierno de Sagasta fue conocido como Gabinete Electra: al poco se comercializaron cigarrillos y caramelos con el nombre de la obra. Su protagonista, inspirada en Adelaida Ubao, rica heredera bilbaína, menor de edad, captada por los jesuitas contra la opinión de su madre (que inició un proceso judicial para sacarla del convento), es una joven desinhibida y vital, criada por sus riquísimos tíos y deseada ocultamente por su padre espiritual.

Esta versión, tan bien ceñida por Nieva, mantiene minuto a minuto el interés de una intriga bien urdida, expresa con fuerza el choque entre quienes obran con franqueza y quienes disfrazan sus motivos profundos ante un conflicto de intereses, y vuelve oportunamente sobre el tema de la España clerical y la laica, largamente enfrentadas. Madico, su director, imprime un aire actual a la puesta en escena y al estilo de las interpretaciones, entre las que destacan las de Pep Molina, Miguel Hermoso, Antonio Valero, Sara Casasnovas y Maru Valdivielso. En la escenografía de Alfonso Barajas, modulada por la luz zurbaraniana de Gómez Cornejo y por unas proyecciones de carácter simbólico que funcionan estupendamente, la libido revestida de virtud de Salvador Pantoja, padre espiritual de Electra, resulta tan estremecedora como el doble fondo de algunos discursos al micro que escuchamos a diario.