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Columna
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Cae otro justo

El día se inició bien, aunque nublado, al proclamarse la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Amin Maalouf, ese escritor de ética global y estética mestiza que no se desentiende nunca del ser humano ni de los conflictos que larvan sus discordias. En seguida llegó el mazazo: la dimisión de Carlos Castresana de su cargo al frente de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala. Le han acosado tanto desde las organizaciones criminales como desde el poder, que en ese país desdichado está corrupto hasta las raíces. Nadie, ni el presidente del Gobierno guatemalteco, le arropó en su trabajo incansable, en su persecución de la verdad. Vergüenza.

Vergüenza y dolor. Siento por Castresana, más que admiración, reverencia. No es un hombre vanidoso, aunque podría. Lucha implacable e impecablemente por la integridad. Él fue quien hizo posible el procesamiento de Pinochet, quien presentó ante la Audiencia Nacional, en 1996 y en nombre de la Unión Progresista de Fiscales, un dossier tan bien urdido sobre los crímenes del dictador chileno que el viejo cocodrilo tuvo que recurrir a la farsa de una grave enfermedad para que le permitieran huir.

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No solo eso: los casos Jesús Gil, Sintel, Berlusconi en Tele 5. Se va de Guatemala, y no únicamente porque los grupos criminales se han unido para poner su vida en peligro. Se va porque le han dejado solo. Detrás queda su última denuncia: la que acusa al recién nombrado fiscal general, Conrado Reyes, de tener vínculos con el crimen organizado.

Una de cal, pues -el premio a un escritor que no cree en las fronteras-, y otra de amarga arena, el nuevo agravio a la justicia universal, ese ideal tan herido, perpetrado en la honesta figura de Carlos Castresana.

Llueve mientras escribo esto. Llueve como en los tristes días, esas jornadas en que la lluvia desmonta los tinglados y muestra la sucia realidad.

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