Pura esencia de la América verdadera
El estadounidense Joe Henry embauca en la sala El Sol a los amantes del folk, el blues y demás músicas para el hombre de la calle
Elegante como un pincel con su traje gris marengo, parapetado tras un peinado que aprobaría David Lynch, demostrando una capacidad pasmosa para arrastrar las sílabas y cantar como el más elegante de los poetas callejeros, hubo momentos anoche en que Joe Henry paró el tiempo en la sala El Sol. Regresamos a las calles polvorientas, a las raíces verdaderas, al origen mismo de tantas cosas que han sucedido en la música popular durante el último medio siglo. Y él ejerció, bendito sea, de celoso guardián de todas esas jugosas esencias.
Después de diez discos propios y ni se sabe cuántas producciones ajenas, más de uno no tenía muy claro quién era ese tal Joe Henry cuando el año pasado entregó una ocurrencia bárbara, Blood from stars. Los más amigos del chismorreo conocían, en todo caso, su condición de marido de Melanie Ciccone y, en consecuencia, cuñadísimo de Madonna. Pero ante una obra tan fascinante como la mencionada, lo de no darse por enterado constituiría una monumental apología del ojo miope.
Si un extraterrestre cayera en Arizona haría bien en oír álbumes de Henry
La sensación de música quintaesencial se acrecienta en las distancias cortas, con Henry deshojando sus historias de sexo, amor, muerte y redención a escasos palmos de tus narices. Es lo bueno de estos Martes al Sol, sesiones con el público repartido en mesitas a pocos metros del escenario. Como el cosquilleo no te hurgue en las entrañas, mal asunto.
Si un extraterrestre con madera de melómano se dejara caer en lo ancho del desierto de Arizona, haríamos bien en regalarle dos o tres álbumes de Joe Henry. Una escucha atenta proporciona pistas abundantes para comprender casi toda la música de raíz que se ha forjado en Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Porque este sureño de Charlotte (Carolina del Norte), paisano de John Coltrane, arranca de la tradición trovadoresca para zambullirse en el country, alternativo o sin apellidos, y perfilar un concienzudo galanteo con el blues a palo seco, el folk-blues, el jazz pomposo de Nueva Orleáns y el jazz de los chicos más contemporáneos de la metrópoli, desde Bill Frisell a Brad Mehldau.
El formato de trío cuasi jazzístico es el que más cultiva ahora, con la intermitente aportación de Levon Henry al bajo. En efecto, Levon es el vástago del máximo oficiante, una criatura trajeada de 18 años recién cumplidos -demonios, qué envidia- y con el veneno de Lounge Lizards metido ya en la sangre.
No, aquí no hay estribillos ni grandes alharacas. Nada de ritmos desbocados ni de hechiceros en la pecera de producción. Anoche tocaba reconcentrarse, guardar silencio (las razones por las que algunos pagan 25 euros para contarle la vida al vecino son inescrutables) y tomar apuntes, siquiera mentales. "¿Tienen alguna pregunta?", inquirió Henry al público tras dar cuenta de Sold. Como si sus interpretaciones no tuvieran ya suficiente aroma de oscura y densa clase magistral, en algún punto intermedio entre Tom Waits, Randy Newman y Loudon Wainwright.
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