Devotos de Lampedusa
Xosé Ramón Quintana ha narrado en Un longo e tortuoso camiño. Crise e cambio no BNG 1971-2009 (Ed. Galaxia. 2010) la historia interna de la formación nacionalista. Quien tenga curiosidad encontrará en ese libro una crónica de cómo el BNG ha ido capeando el temporal en los últimos 40 años -se dicen pronto- y cómo la formación matriz -la UPG- se las ha ido apañando para cortarle la cabeza a los príncipes que ha presentado ante el electorado. Beiras y Quintana han sucumbido a la guillotina porque estaban predestinados a ella. Como podría decir la Reina Roja "¡Que le corten la cabeza!". Todas pueden ser cortadas, menos una, como sabe hasta el más lego de sus militantes.
Cuando Quintana el autor estaba escribiendo el libro pensaba que Quintana el vicepresidente iba a conseguir lo que su predecesor no había logrado: la definitiva incorporación del BNG a la lógica de los partidos de Gobierno. Se equivocó y tuvo que añadir un capítulo, O BNG nunha nova encrucillada crítica. ¿Realmente nueva? Más bien el BNG se instala siempre en la misma encrucijada para hacer, al final, lo que todos hubieran hecho en su lugar sin tantos miramientos. Pero al nacionalismo gallego le gusta ser reluctante. Si ha de responder a lo que los politólogos llaman "estructura de oportunidades" no lo hace sin persignarse antes un ciento de veces por cometer tamaña osadía y pecado.
El BNG, conservador patológico, tiene un rasgo demasiado humano: solo acierta cuando rectifica
Mi señor padre llamaba a eso hacer las cosas "tarde, mal y arrastro". Pero el BNG, conservador patológico, tiene este rasgo demasiado humano: sólo acierta cuando rectifica. Lo hizo muchas veces en el pasado y lo hará en el futuro. No podrá mantener su apuesta por el retorno a unas esencias que ya nadie sabe en qué consisten y ellos menos que nadie. No hay que ser un gran adivino para pronosticar que las municipales le obligarán ¡una vez más! a cambiar algo para que nada cambie. No hay otro partido en España más devoto seguidor de Lampedusa.
Sin embargo, el tiempo pasa. Tal vez pudiera usarse la palabra fracaso para describir la reciente historia del nacionalismo gallego. De hecho, las últimas encuestas le dan un porcentaje de voto no mucho más alto que hace 30 años. Y si uno eleva la mirada a más altura puede comprobar que si en la Transición, Galicia parecía ser junto con Euskadi y Cataluña, una de las protagonistas, hoy ha pasado a una completa irrelevancia. Y ello cuando estamos en el eje de una nueva fase en la historia de España: cuando se dilucida, entre las protestas de la extrema derecha que hoy tiene secuestrado al PP, el estatus especial de vascos y catalanes.
Aquí, sin embargo, fracasó la elaboración de un nuevo Estatuto -a Feijóo y su partido les sobra el que hay-. No sólo vascos y catalanes: Andalucía, Valencia o, por supuesto, la comunidad autónoma madrileña son hoy más decisivos y tienen más qué decir en España. Con el PP en el poder Galicia ha perdido peso demográfico, ha devaluado su peso político, y está gobernada por gente que no cree en el autogobierno y que sueña, como su Presidente, con ser Rajoy en lugar de Rajoy. De la lengua, mejor ni hablar. En realidad, todo indica que Galicia está iniciando el lento camino de su consunción como hecho nacional. Tal vez en el futuro algunos citen con melancolía a Rosalía como hacen otros con Frédéric Mistral y las excelencias poéticas de la Langue D'Oc.
Por supuesto, que eso sea así va mucho más allá de su responsabilidad, dadas las menguadas fuerzas del nacionalismo. Pero sigue siendo verdad que este no ha sabido acudir a su cita con la historia. Sus líderes no han estado a la altura. Se podría preguntar, entre tantas otras cosas, si no es una contradicción que el BNG monopolice el nacionalismo, pretendiendo sostener puntos de vista similares a los de IU, muy respetables, pero lejos del epicentro del país. Tal vez el BNG haya esterilizado el campo del nacionalismo al hacerlo idéntico con una izquierda que, por otra parte, es en su caso sectaria y vive fuera de su tiempo. Sea como fuere, es posible que sea tarde para remediarlo.
Hoy suenan vientos de fronda. La derecha repite la consigna "hay que adelgazar el Estado y es inadmisible que existan 17 administraciones". Se aprovecha de la crisis, creada por los mercados, pero que amenaza a la sociedad del Bienestar. Por supuesto, el argumento es falso: España nunca fue más rica que en su versión casi federal, pero es fácil que el mensaje neoliberal y centralista cale en gente predispuesta a ello. El desafío es importante, histórico sin falsa ampulosidad. La crisis lo cambiará todo y si el PP llega al poder en Madrid va a imponer su idea de España. Pero el nacionalismo se ha ocultado a sí mismo su incapacidad para articular un discurso y convencer al país: su debilidad de fondo. Le queda poco tiempo, ¿tendrá la honestidad de reconocer su mal antes de que sea demasiado tarde?
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