De Hamlet a Groucho
Platonov es una pieza de juventud. Y se nota. En ella Chéjov, con 20 años, inaugura temas y descubre una atmósfera de fondo basada en las incertidumbres de unos personajes a los que volverá. En Platonov tenemos ya al antihéroe, este Hamlet de provincias que es el protagonista; tenemos a la ociosa burguesía con su pasiva inercia y a una nobleza latifundista que se degrada; a los soñadores incapaces de luchar por sus sueños y, a su lado, a los tipos vulgares y engreídos; a la vida que transcurre y la corriente submarina de tensiones que la acompaña; al dolor de vivir, al abismo. Pero tenemos también demasiada dispersión, demasiada exaltación y, sobre todo, demasiadas páginas. La representación de la obra entera llevaría seis horas.
PLATONOV.
De Anton Chéjov. Versión: Juan Mayorga. Dirección: Gerardo Vera. Intérpretes: Pere Arquillué, Mònica López, Carmen Machi. Teatre Nacional de Catalunya, Sala Gran. Barcelona, 4 de junio.
¿Qué hacer con el exceso? El de longitud tiene fácil solución. Juan Mayorga ha reducido el texto a dos horas y cuarto, aunque la condensación conlleva que las desgracias que se dan en los últimos actos se agolpen. Lo de la exaltación ya es más complejo. En el caso de Mijail Vassilievitch Platonov su exceso se convierte, en manos de Gerardo Vera (director del Centro Dramático Nacional y de este montaje) en comicidad. Pere Arquillué interpreta a este maestro de escuela hastiado que no ha sabido corresponder al futuro que todos le auguraban; a este seductor y falso Don Juan, cínico, provocador y vehemente. Y lo hace saltando de un Hamlet febril a Groucho Marx, al menos en los dos primeros actos, en la fiesta en casa de la Generala, mientras pierde paulatinamente piezas de ropa como símbolo de su caída.
Una pena, tanto las gracias como el alegórico striptease. Porque a la exteriorización de ese exceso personal hay que sumar la abundancia de la pieza en sí, los cuernos, desahucios, amenazas, intentos de suicidio que se suceden. Y porque, por lo demás, el montaje es muy eficaz: la Anna Petrovna de Mònica López es estupenda, poderosa, frívola; la Sacha de Carmen Machi, perfecta; el resto de los intérpretes, exceptuando la fría Sofia Egorovna de Elisabet Gelabert, cumplen bien; el espacio escénico y el vestuario, ambos en una atemporalidad contemporánea, son muy atractivos y el ritmo, suficientemente ágil.
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