Eduardo Mendoza defiende la cercanía de literatura y humor

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) paseaba ayer entre los puestos de la Feria del Libro de Bilbao con la desenvoltura de un visitante habitual. Hace un año acudió al Arenal para recibir la Pluma de Plata, el premio concedido a El asombroso viaje de Pomponio Flato (Seix Barral) por ser la obra más vendida en la edición del 2008. Con el libro recién publicado también había viajado a Bilbao para recibir el premio Argital que le concedieron los editores vascos en reconocimiento a su carrera literaria. Ayer acudió a la feria con la misión de hablar ante los lectores de las relaciones entre el humor y la literatura, que con tanta maestría ha manejado en El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), en El misterio de la cripta embrujada (1979) o en Sin noticias de Gurb (1991), obras en las que triunfa la parodia y que ha ido intercalando con novelas serias. "La literatura y el humor son, si no prácticamente sinónimos, si parientes muy próximos", defendió. "A veces es de una forma abierta y manifiesta y se anuncia como tal. Otras está en la mirada del autor sobre las cosas".

Más que una virtud, el sentido del humor es considerado por Mendoza un requisito para ejercer el oficio de escritor y que descubre en autores de muy diferentes estilos. "Alguien que se dedica a contar cómo somos los seres humanos tiene que tener sentido del humor".

Con su último libro Tres vidas de santos, publicado en el otoño de 2009, Mendoza entró por vez primera en el terreno de los cuentos. En el mismo volumen reunió tres relatos escritos con muchos años de diferencia que llevaban tiempo abandonados en un cajón, recordó ayer. Sólo el título une tres escritos que su autor considera ejemplos de las líneas que ha seguido en su carrera literaria. Los santos a los que se refiere no son seres de conducta ejemplar que merezcan llegar a los altares sino tipos a los que, simplemente, "les toca en suerte dar testimonio de algo". La ballena, el relato que abre el libro, es cercano a las crónicas barcelonesas de Mendoza; El final de Dubslav, "el más hermético" para el escritor, se ambienta en África, y El malentendido, reflexiona sobre la creación literaria y el diálogo entre clases sociales.