Horizontes imaginarios en el mar
"A mí no me preguntes Edu, tú sabes mucho más de pintura que yo". El escultor Eduardo Chillida respondió así a su hijo Eduardo Chillida Belzunce (San Sebastián, 1964) cuando este, frente a un cuadro, le pidió su opinión. El padre ya le había dado un único consejo: "Sigue tu carrera, trabaja, pinta y nunca te lo creas". Esto sí que lo ha seguido a rajatabla, con un tesón y una férrea voluntad con los que superó un gravísimo accidente con 22 años, que le dejó con una parálisis de medio lado y sin posibilidad ya de dedicarse también a la escultura. En su estudio, en la ladera del Igueldo, frente a la impactante costa donostiarra y con los acordes del Réquiem de Mozart de fondo, Chillida Belzunce, el pequeño de ocho hermanos, ultima ese cuadro tan especial, cuatro ventanas a través de las cuales se ve el mar y el horizonte, que ha realizado para la exposición que en el mes de septiembre inaugurará en México. Hacia la luz es el título de la muestra que estará compuesta de 50 obras de distinto formato, entre ellas un vestido pintado y una alfombra, y que comisariaría su mujer, Susana Álvarez, madre de sus cuatro hijos y su "única musa".
"El mar y el horizonte simbolizan la unión entre los dos pueblos. Visto desde aquí podemos imaginar que al otro lado está México, y visto desde allí, somos nosotros los que estamos aquí", asegura Chillida, que siempre busca como artista la proximidad de los lugares que habita, los elementos más próximos, los viajes, los sentimientos más cercanos. Él los llama lugares imaginarios porque son reales, pero a la vez inventados, en una mezcla de colores y de luz.
El pequeño estudio, a muy pocos metros de su vivienda, está inundado de cacharrería, de vasos, cuencos, botellas, todos aquellos objetos que plagan su pintura. "Voy a borrar ese vaso"; alcanza un pincel con su mano izquierda y, pintura en el suelo, se dispone a la tarea en el cuadro en el que trabaja ahora. Animado y ausente ya de fotos y charlas, va buscando otros retoques en las obras que llevará a México. A unos tres metros de las pinturas, un cómodo sofá le sirve para mirar su obra. "La vida de un artista se centra en mirar. Me siento aquí, miro y saco fallos de todos lados", asegura Chillida, que a la edad de cuatro años realizó su primera escultura en terracota, una mujer sentada en una silla con los brazos detrás de su cabeza y las piernas cruzadas. Su padre la conservó hasta su muerte, en agosto de 2001, en su biblioteca. Ahora descansa en una librería frente al mar Cantábrico, al lado de otra espléndida escultura de la cabeza de su padre, que hizo con ocho años.
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