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Columna
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Crecer en la tele

David Trueba

El azar reúne en su bombo sucesos distintos que unidos ofrecen una visión global sobre el absurdo en que nos movemos. Llega Hannah Montana para actuar en Rock in Rio y coincide con la fuga de petróleo irreparable que está arruinando el golfo de México. La vida de las estrellas infantiles se parece al pozo de petróleo que mana su riqueza para terminar por dejar un paisaje desolado y una veta arruinada. Miley Cyrus, reina de la oferta hegemónica de Disney con Hannah Montana, desdoblada en chica normal y superestrella, ha acompañado la preadolescencia de una generación con la misma sensación de pertenencia que Pippi Calzaslargas.

Puede que con sentido estético y apuesta subversiva contrapuestos, pero nunca hay que despreciar la capacidad de los jóvenes para sacudirse las influencias de la niñez. Al fin y al cabo pertenecemos a un mundo que ha superado, con más o menos psiquiatría, el modelo de la familia Ingalls, Heidi, Marco, Torrebruno, y quizá algún día hasta superemos la muerte de Chanquete.

Jubilada del negocio blando, Miley aspira a una carrera musical adulta. Quiere crecer y ojalá puede hacerlo, asumiendo el tránsito sin traumas insuperables y taponando la fuga de ingresos y relevancia cuanto antes para completarla con una vida plena y propia. No le fue tan fácil a Gary Coleman, actor infantil cuyo cadáver el bombo del azar ha arrojado a nuestras playas estos días. Náufrago del éxito que le regaló aquel personaje de Arnold, la serie ochentera que explotó su metro cuarenta y dos de estatura y su eterna cara de niño gracioso.

Lanzado a la fama gracias al anuncio de un banco de Chicago, terminaría curiosamente declarándose en bancarrota a final de los noventa y presentándose como candidato a gobernador de California en 2003, quedando octavo entre otros 135 estadistas, oportunistas y freaks. Para entonces quedaban lejanos los tres millones de dólares que ganaba al año haciendo de niño pese a sus más de 15 años. Llevó a los tribunales a sus padres y a su representante por robarle, en lo que es un triste clásico del éxito infantil. La niñez exitosa acelera las tarascadas de la vida antes de estar equipado para sobrevivirlas.

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