Una nueva visita
La fantástica máquina de hacer música que es la London Symphony Orchestra volvió a Valencia el lunes. Esta vez, dirigida por Daniel Harding. En otras ocasiones han sido Chailly, Previn, Pappano, Temirkanov, Haitink o Colin Davis quienes han tomado aquí las riendas de la agrupación londinense. Harding, por su parte, tampoco es la primera vez que dirige en el Palau de la Música. Estuvo al frente de la Orchestre des Champs-Elysées en mayo de 2005. En el programa figuraba, como el día 31, el Prelude und Liebestod del Tristán. Se ofreció entonces el Liebestod con la voz de Judith Németh. El pasado lunes se daba la versión instrumental. Al igual que hace seis años, o quizás un punto más, a la belleza de la ejecución solo cabe objetar algo de amaneramiento, provocado en parte por una lentitud en la elección del tempo que acentuó demasiado la densidad del sonido. La llegada al clímax y el descenso del mismo estuvieron notablemente planteados, y la resolución orquestal fue de una gran limpieza. La cosa se quedó ahí, lo cual no es poco. Porque sería injusto no reconocer la dificultad de satisfacer al oyente con una obra que ha conocido tantas lecturas sublimes y que sigue mereciendo la atención puntillosa de tanta gente.
Vino luego Aerial, de Heinz Karl Gruber. De nuevo, como en la página de Tristán, se ofrecieron trayectorias in crescendo hacia un clímax, pero aquí sin tanto genio por parte del compositor. Sí que lo tuvo, desde luego, Hakan Hardenberger, trompeta solista cuyo virtuosismo desafió las enormes exigencias de la obra, mostrándose capaz de extraer de sus instrumentos todos los sonidos posibles. El esfuerzo de los intérpretes, sin embargo, no puede paliar la debilidad de una música con demasiado refrito en sus entrañas.
La Sinfonía núm. 7 de Dvorák se sirvió con esa gracia natural que alcanza el compositor checo en sus mejores momentos. La orquesta respiró en clave de danza cuando correspondía, y supo traducir el vigoroso nacionalismo que impregna la obra. A Harding, flexible y expresivo en cuanto al fraseo, solo se le fue alguna vez la mano con la dinámica: el forte pareció tentarle demasiado. No obstante, la obra de Dvorák fue, en conjunto, la más acertadamente traducida de la velada, sobre todo en ese Scherzo delicioso capaz de embrujar a cualquiera.
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