La incierta belleza de los colapsos financieros

Para redondear su palmarés de ochomiles, a Edurne Pasaban y a la surcoreana Oh Eun Sun todavía les queda por coronar la ingente cumbre de la deuda acumulada por los hogares, el sector bancario, las empresas y las Administraciones públicas. Dicen que desde su cima inestable se vislumbra la bancarrota final. Trust, el espectáculo del autor director Falk Richter y la coreógrafa Anouk van Dijk producido por la Schaubhüne de Berlín, especula, nunca mejor dicho, con esa posibilidad.

"¿Estamos ante una crisis sistémica equivalente a las que desembocaron en la caída del Imperio Romano y del bloque soviético o atravesamos una crisis cíclica con periodos de estabilidad cada vez más cortos, debida a la sustitución de lo perdurable por valores inciertos de usar y tirar?", se pregunta retóricamente uno de sus protagonistas.

Da gusto a priori que el teatro toque tierra y se meta en harina de actualidad. En Trust se insinúa, además, que la consustancial ausencia de reglas del capitalismo financiero ha contagiado las relaciones afectivas, que lo macro y lo micro se retroalimentan.

Este tema apasionante, enunciado lúcidamente por Richter en colaboración con Jens Hillje, dramaturgo de la Schaubhüne, no tiene un desarrollo textual ni escénico acorde con su grosor. En Trust se dice mucho y sucede poco. Su director y Anouk van Dijk utilizan un procedimiento compositivo que es ya una fórmula magistral de uso tópico dispensable en cualquier farmacia: alternan monólogos estáticos dichos al micro y a público con secuencias coreográficas desfogadoras para sus intérpretes y diálogos de lado a lado del escenario, entablados sin apenas contacto visual.

Había una integración mucho más fluida y exacta de palabra y movimiento en Disco Pigs, espectáculo ejemplar de Thomas Ostermeier estrenado en el desaparecido Sitges Teatre Internacional, y en El sueño de una noche de verano, dirigido por Ostermeier y por la coreógrafa griega Constanza Macras, por citar dos producciones de la compañía faro berlinesa.

Claro que en esta que nos ocupa hay escenas luminosas, como la del soliloquio donde Judith Rosmair, llevada en volandas por sus amantes de conveniencia, acaba siendo arrojada por ellos a un metafórico pozo sin fondo, pero también hay otras que son travesía del desierto.

A Falk Richter lo conocíamos en Madrid porque Antonia García y Henrik Feldmann montaron juntos hace ocho años su comedia Dios es un DJ, sobre los reality shows y la exposición voluntaria de la vida privada a la curiosidad pública, de la que son un eco las escenas donde los estupendos actores bailarines cantantes de Trust siguen discutiendo y monologando en una habitación que, iluminada por dentro, parece un gran televisor.