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Columna
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Naufragio en vez de sueño

Lluís Bassets

La presidencia española de la Unión Europea ha pasado finalmente a mejor vida. No hace falta esperar a que termine el semestre. Se acabó. El último chasco ha sido la anulación de la Cumbre Euromediterránea, que debía celebrarse en Barcelona el 6 de junio, cuando 43 jefes de Estado y de Gobierno de las dos orillas debían reunirse para propulsar ya definitivamente la Unión por el Mediterráneo en la misma ciudad donde se ha establecido la secretaría permanente.

De los tres momentos estelares del semestre español sólo ha quedado finalmente el megaencuentro latinoamericano que ha reunido en Madrid a una veintena larga de mandatarios y ha saciado todas las ganas de imágenes, conferencias de prensa y declaraciones. Obama anuló su viaje a Madrid y quedaron arrumbadas las rimbombantes ideas de una nueva agenda transatlántica y una declaración de interdependencia. Y en la única cumbre celebrada, según la visión del escritor y diplomático chileno Carlos Franz, "Europa se reunió con un fantasma", pues tuvo que enfrentarse "a casi dos docenas de mandatarios de Latinoamérica y el Caribe, incapaces de admitir que los represente uno solo".

El nuevo factor movilizador europeo nada tiene que ver con proyectos e ideas, sino directamente con el miedo

Vistas así las cosas, tres a cero. Alguna reflexión debiera desprenderse de la presidencia española respecto de la funcionalidad del sistema de las cumbres europeas en un momento como el actual. También algo debieran aprender quienes se obstinan en levantar castillos de expectativas a partir de los difíciles y siempre variables calendarios europeos sin darse cuenta de que ellos mismos son los responsables de las ruinas políticas que luego caen sobre sus cabezas.

Es muy probable que esta sea la última presidencia con visos de efectividad de la UE. Son muchos los que temen por esta última, la señora Merkel sin ir más lejos, que esta pasada semana ha apelado a la responsabilidad de los diputados alemanes para que aprobaran el mecanismo de rescate de la deuda soberana europea, vinculando el futuro del euro al propio futuro de la UE. Pero a estas horas nadie puede seguir sensatamente defendiendo el sentido de las futuras presidencias, después de la experiencia de Zapatero con la entrada en vigor del nuevo Tratado de Lisboa. Lo más probable es que estos semestres presidenciales deriven hacia el folclor y la gastronomía regionales, en honor de los ministros que convocan los consejos informales de cada especialidad en sus ciudades natales, y que su significado político se desvanezca rápidamente.

Se sabía que las presidencias rotatorias iban a cambiar con las nuevas instituciones, y sobre todo gracias al nuevo cargo de presidente permanente del Consejo Europeo, ocupado por primera vez por el belga Herman Van Rompuy. Pero nadie había podido calcular todavía el tamaño del cambio, ya no por los efectos que producen los tratados cuando entran en vigor, sino, sobre todo, por el efecto de las tozudas y malditas circunstancias, los acontecimientos dictadores, que son los que, de verdad, moldean la historia por encima de voluntades y buenos propósitos. Sobre ello hay una frase célebre del primer ministro británico Harold McMillan (1957-1963), al que un periodista le preguntó cuál era el mayor reto para un hombre de Estado: 'Events, my dear boy, events'.

Los events, los acontecimientos, son los que se han llevado la presidencia por delante. Todo el protagonismo, energías, titulares, son para la crisis, esa crisis obstinadamente rechazada que ha golpeado a la presidencia española como un campeón de boxeo al saco de arena hasta reventarlo.

La UE estuvo guiada desde su fundación por un sueño de unidad y plenitud. En los últimos años han sido la inercia y la unión por defecto las que han funcionado. Pero esto ya no sirve ante unos events tan duros de pelar que amenazan la propia esencia del proyecto soñado: la unidad y la plenitud de su sociedad de bienestar. De ahí que el factor movilizador que ha empezado a actuar sea la amenaza, el temor al naufragio que se nos viene encima si la moneda cae y luego cae también la entera construcción europea. Sin ese señuelo nadie habría tomado todavía decisión alguna respecto a la deuda griega ni sobre la gran tijera que ha empezado ya su poda dolorosísima.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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