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Reportaje:'MULAS' EN BARAJAS

Veneno en el cuerpo

Los 'boleros' transportan un kilo de cocaína dentro de su estómago desde América a España y se juegan la vida por 3.000 euros. La policía del aeropuerto madrileño caza a uno cada dos días

Es como llevar veneno dentro del cuerpo". Lo dice, con desolación, el inspector jefe del Grupo de Estupefacientes de la comisaría del aeropuerto de Madrid. Y lo dice con conocimiento de causa porque es raro el día en que él y sus agentes no detienen a una mula (narcotraficante) con el estómago y las tripas repletos de bolas de cocaína. Son los llamados boleros. En lo que llevamos de 2010, los policías nacionales han interceptado a 160 camellos, casi la mitad de ellos boleros.

Después de un día entero -a veces incluso más-, los boleros aterrizan en Barajas con mala cara y con los ojos rojos. El aliento desprende un olor peculiar. Algunos llegan cuasi moribundos, a punto de reventar de tantas horas sin ingerir nada, sin beber nada. Se trata de tener paralizado el estómago y el intestino para así mantener quietas las 80, 90 o 100 bolas de cocaína que esconden en este. El peligro es que los jugos gástricos acaben por atacar a las cápsulas de látex o de plástico. Porque si eso ocurre, uno se expone a una muerte segura.

A los policías de la comisaría de Barajas les basta con echar una ojeada a los pasajeros de cualquier vuelo caliente -sobre todo, los procedentes de Sudamérica- para detectar a quienes vienen cargados de droga. "En cada vuelo seleccionamos de forma aleatoria a entre 15 y 30 pasajeros", explica el inspector. "Les sometemos a una entrevista y, al final, nos quedamos con cuatro o cinco que nos parecen sospechosos. Les hacemos pasar por los rayos X..., y casi nunca nos equivocamos. Lo más probable es que alguno de ellos vaya cargado de pelotas de cocaína... O si no, que lleven una faja con droga o un doble fondo en la maleta".

"El récord que tenemos es el de un hombre que llevaba dentro ¡150 bolas! ¡Casi dos kilos! Pero lo habitual es que no pase de un kilo", explica el inspector. A sus espaldas hay un panel con decenas de fotos con las caras de los 160 narcotraficantes interceptados en lo que va de año: españoles, portugueses, dominicanos, rumanos, norteamericanos, nigerianos, búlgaros... Y bajo casi la mitad de estos rostros, un rótulo: bolero. También hay mujeres, aunque, la verdad, son las menos.

Hace poco, los agentes sospecharon de una joven. Le hicieron apartarse de la fila del control de pasaportes y le explicaron por qué: "Creemos que lleva usted droga y le vamos a hacer una radiografía". Ella replicó con un mohín y alegó que estaba embarazada. Creía que así podría eludir el examen radiológico. Pero los policías le sacaron de su error y le explicaron que en ese supuesto iría detenida hasta un hospital, donde se le sometería a una exploración ginecológica. Al final, la mula se rindió y aceptó que le hicieran una placa de rayos X. Ocultaba decenas de cápsulas de cocaína dentro del vientre.

"¡Que venga inmediatamente un coche patrulla para trasladar al hospital a un detenido". El jefe del Grupo de Estupefacientes de la comisaría de Barajas no quiere correr riesgos: urge a que el detenido de hoy, jueves, sea conducido al hospital lo antes posible para evitar riesgos. "Lo normal es que en cuatro o cinco días expulsen todas las bolas. Pero a veces hay una cápsula atravesada en el intestino y los cirujanos tienen que abrir y operar de urgencia", relata el inspector. Desde que está destinado en Barajas, sólo recuerda un caso dramático: el de un búlgaro que murió a las cinco horas de entrar en el hospital.

Otros logran tragarse las cápsulas sin demasiada dificultad, aguantar las largas horas de espera hasta el embarque, soportar la travesía transatlántica y, finalmente, defecar sin problemas su cargamento. Ha habido alguna mula que ha tardado hasta 25 días en lograrlo. Y el inspector recobra el gesto desolado para decir: "Esta gente se juega la vida por 3.000 o 4.000 euros". O, en otros muchos casos, a cambio de pudrirse 10 o 12 años en prisión.

Radiografía de una persona detenida por el Grupo de Estupefacientes de Madrid-Barajas en la que se ven múltiples bolas de cocaína dentro de su vientre.
Radiografía de una persona detenida por el Grupo de Estupefacientes de Madrid-Barajas en la que se ven múltiples bolas de cocaína dentro de su vientre.

Un cadáver abierto en canal para extraerle un alijo

Al hombre le habían abierto en canal. Le habían rajado desde la garganta hasta el pubis. Su cadáver fue encontrado el pasado fin de semana, envuelto en plástico autoadhesivo, en un paraje existente entre Urbanova y Los Arenales, en el término municipal de Elche (Alicante). Los agentes de la Brigada de Policía Judicial de Alicante sospecharon pronto lo que había sucedido: el desconocido había fallecido al reventársele una esfera de cocaína y algunos de sus amigos habían decidido sajarlo de arriba abajo para recuperar las restantes cápsulas que albergaba dentro de su organismo. Todo un tesoro.

La víctima fue identificada como Charles Alfonso R. B., nacido hace 39 años en Bogotá (Colombia). Residía desde hace varios años en Elche, donde convivía con una mujer española bastante mayor que él. Hace varios años fue interceptado sin tener papeles, motivo por el que el delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana decretó en agosto de 2009 su expulsión de España. Sin embargo, esa orden quedó sin efecto cuando el supuesto inmigrante irregular demostró que estaba casado con una española. Ese era su único antecedente, lo único por lo que estaba fichado en los archivos policiales. Pero eso ahora ha resultado ahora muy útil para identificar rápidamente su cadáver a través de las huellas necrodactilares.

Charles Alfonso se marchó hace algo más de dos meses a Colombia. Regresó en los primeros días de mayo. Llegó al aeropuerto de Barajas y logró eludir los controles de los policías y los guardias antidroga, pese a venir con las entrañas llenas de bolas de cocaína. Tuvo suerte. Aparentemente.

Ese hombre, un paria al servicio de una organización, padecía del estómago y, sin duda, aquellos cuerpos extraños le roían por dentro como una brasa incandescente. Consiguió llegar a Alicante. Pero las pelotas de droga se le habían quedado atravesadas y una de ellas acabó siendo devorada por los ácidos gástricos. Falto de atención médica, el colombiano murió por un fallo multiorgánico.

Pero quienes aguardaban a que el traficante expulsara la droga no estaban dispuestos a perder 30.000 o 40.000 euros por este accidente. Así que, como vulgares carroñeros, decidieron abrir su cadáver y sacarle la mercancía sin el menor escrúpulo. Una a una fueron extrayendo las bolas de látex cargadas de cocaína y después trasladaron el cuerpo en un coche hasta la playa y lo abandonaron como si fuera un vulgar despojo.

La policía no ha logrado detener a quienes actuaron de forma tan despiadada con Charles Alfonso. Quizá suceda igual que con aquel otro camello encontrado descuartizado dentro de una bañera abandonada en una escombrera de San Miguel de Abona (Tenerife) el 1 de febrero de 2005. Sólo se sabe que unos narcos lo rajaron por la mitad para arrancarle las cápsulas de droga que tenía dentro. Jamás se ha aclarado quién lo hizo.

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