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Columna
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Disuélvanse

Antes de seguir prostituyendo el lenguaje, quede claro que los mercados siguen tranquilos, con el natural bullicio de los vendedores que postulan sus frutas, verduras, pescadería, carnes y salazones. Todo a la vista. Otra cosa son las timbas financieras, esas partidas de salteadores que han dinamitado un poder político bastante disminuido a consecuencia de su rendición incondicional. Si de verdad pintan lo que parece, mejor será que dejen de aparentar y cierren el quiosco antes de que llegue la policía, la de toda la vida, y les espete el clásico "¡Disuélvanse!". Ninguna de las promesas electorales que propagaron para el olvido inmediato hablaba de rescatar con dinero público bancos empachados de truculencias. Tampoco se recuerdan en estas circunscripciones carteles con Angela Merkel, Barack Obama, la cuadrilla del Fondo Monetario Internacional o el gobernador del Banco de España, tan aficionado a meter cuchara en asuntos que probablemente exceden de su negociado.

En consecuencia, si el reducto de las decisiones políticas sólo alcanza para ensañarse con los damnificados de costumbre y demás periferia social, ahórrense el próximo circo para captar el voto. De ricino vamos servidos. Y de demagogia victimaria, más. ¿Van a comparar la rebaja y el sacrificio de un sueldo de ministro, senador o congresista con el de un maestro, un funcionario del catastro o un guardia civil? ¿Acaso con una pensión de las que hace honor a su nombre y no esas obscenidades con las que se retiran banqueros y practicantes de surfing entre oleajes de billetes? ¿Para eso querían el Boletín Oficial del Estado?

Neoliberales con el riñón a salvo y mencheviques estreñidos abjuran de apretar las tuercas fiscales a las rentas más altas, ni perturbar el remanso de esos tugurios de inversión, las famosas sicav, no sea que los capitales huyan hacia otras cuevas de Alí Babá. Como si tales activos se dispusieran a invertir en fábricas de pedales para bicis, conserveras de pimientos o viveros para reforestar. Tampoco está en la mesa del presunto poder político acabar con el suministro para la Iglesia católica. Ni albergan intención de que cada credo financie su propia cruz, asunto que clama al cielo. ¿Tocan rebajas? Ustedes primero. Prescíndase de AVE en beneficio del ferrocarril de vía estrecha y el mercancías. Resuelvan las urgencias por correo electrónico, sin cuchipandas ni alternes. Adiós a las legiones de asesores que ya demostraron su inutilidad en todas las demarcaciones donde abrevan. Aparquen coches oficiales, caminen o descubran el transporte público. Cancelen tarjetas con cargo al presupuesto y sepan cuánto vale llenar la nevera. Y no se olviden de echar el cerrojo en la Loca Academia de la Lengua y en todas las canonjías y fundaciones de grandes fines y siniestros quehaceres. ¿Utopía? No, utopía era la de Tomás Moro.

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