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Columna
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Campañas municipales

La campaña electoral para las elecciones municipales ha comenzado. La importancia de estas elecciones es muy alta porque advierten del resultado probable en las generales. Quien gana en número de votos, ya sabe que el viento lo tiene a favor. En esta realidad, plantean su estrategia los partidos políticos y sus dirigentes. Nadie se sale del guión. Los errores, si se cometen, no se deben a una improvisación. Se deben a un mal planteamiento; a una estrategia equivocada o a que la campaña no se perciba por los ciudadanos como los llamados directores de campaña quieren que la veamos.

En esta clave, puedo entender las declaraciones que recientemente ha hecho Juan Ignacio Zoido, candidato por el PP a la alcaldía de Sevilla, dentro de su campaña diaria. Afirma Zoido que, si no consigue la alcaldía de Sevilla, reingresará en la carrera judicial. Estas declaraciones se han querido ver por algunos políticos como un error, como una improvisación por parte de una persona que no sabe de política. Así se lo he escuchado a dirigentes de distintos partidos. Así lo he leído en diversos medios de comunicación. Sin embargo, entiendo que no es una manifestación improvisada. Menos aún cuando, dos días más tarde, se publica la encuesta realizada por el PP y en la que se dice que este partido alcanzará la mayoría absoluta en la ciudad de Sevilla.

Es un mensaje planteado conscientemente, dirigido a ese grupo de ciudadanos que no quieren vividores de la política. También a aquellos otros que no quieren políticos a los que salpique la corrupción. Este es el sector de votos que busca. Los otros votos ya los tiene. La derecha, y de esto ha dado sobradas muestras, cuando llegan las elecciones vota lo que le conviene. Aparca para otro día los casos de corrupción. Ya se resolverán. La izquierda, por el contrario, en estos casos se abstiene. Castiga castizamente con la indiferencia. Este candidato lo sabe. No es un novato. Se aísla para que parezca que solo si gana se quedaría, que no quiere vivir de la política. Además, es juez: nada de situaciones sospechosas o teñidas de irregularidades.

No obstante, y por mucho que se empeñe en desdibujar la situación, y con el máximo respeto a cualquier decisión personal que adopte en el futuro, la realidad política es otra. El presidente regional de su partido, Javier Arenas, puede perder tres, cuatro o las veces que sean precisas y seguir en su puesto. La condición de juez no hace que se sea inmune a la corrupción. La corrupción alcanza a las personas con independencia de sus cargos. En Marbella, han caído cargos públicos, despachos de abogados, notarios y hasta un juez: De Urquía, que esta semana vuelve a sentarse en el banquillo. Y en el partido de Zoido, Carlos Fabra, está acusado de nueve delitos fiscales; el presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, es sospechoso de cohecho impropio; y el que fuera su tesorero, Luis Bárcenas, por unos pocos delitos más. La honestidad personal de este candidato no impide que estos otros políticos continúen en sus cargos. De ahí que no pueda entenderse la candidatura de un político separada del grupo que le presentan ni de las personas que lo conforman. Lo que no quiere decir que este disfraz de moderado no pueda calar en parte de esos votantes que busca.

Con estos mensajes subliminales, acompañados de los anuncios que hacen lo sondeos, es fácil deducir que si el PSOE quiere volver a gobernar Sevilla tenga que cambiar y explicar muy todos sus actos de gobierno. Debe dar a conocer las transformación de la ciudad; reconocer sus errores en el gobierno municipal -como la forma de abordar el caso Mercasevilla- y algo más: que no exista la más mínima protección ni excusa para los corruptos. Todavía no han llegado las elecciones, por lo que pueden y deben intentar cambiar una situación que, a día de hoy, no es irreversible, sin confiar demasiado en repetir una coalición de gobierno con un grupo cuyo candidato es el político peor valorado de Sevilla.

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