Consumatum est
Y sucedió nomás, como escrito de entrada. El juez Garzón fue suspendido con una celeridad que bien quisieran para sí no pocos maratonistas. La Falange contenta, ciertos políticos contentos, empresarios corruptos contentos, pero la Justicia no: nadie la invitó al banquete en el que el juez es devorado.
Garzón encarna, entre otras cosas, la lucha por la verdad. Para los griegos del siglo de Pericles, el antónimo de olvido no era memoria, era verdad. Enterrar con dignidad a los muertos es una ley no escrita que ningún hombre puede violar, dijo Antígona. Pareciera que no hay cultura clásica en determinados ámbitos por todos conocidos.
El encarnizamiento propinado a Garzón no es sólo a una persona: ataca a todas las víctimas de feroces dictaduras de las que algo se conoce en el Cono Sur. Cerraron los campos de concentración, pero todavía sale humo de los hornos apagados, el humo que ennegrece la vida de millones de personas que perdieron a sus seres queridos y no pueden darles sepultura. ¿Quién pagará esa cuenta? ¿Los que no quieren pagarla?
El derecho internacional ha dado largos pasos desde mediados del siglo que pasó. El Acuerdo de Londres del 8 de agosto de 1945 dictó el Estatuto del Tribunal de Nuremberg que juzgó a los nazis y acuñó la figura de crímenes o delitos de lesa humanidad, contra la humanidad. El 14 de diciembre de 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas confirmó esos principios en su resolución 95 (1). Han transcurrido décadas. Al parecer, tampoco hay cultura jurídica en determinados ámbitos por todos conocidos.
Es evidente que el combate por los derechos humanos aún tiene mucho camino a recorrer. Es un combate estrechamente vinculado con cuestiones económicas, políticas y sociales imperantes, y los espacios se ganan o se pierden en razón de los factores del contexto. Pero bien dijo George Orwell que no hay regímenes monolíticos: por sus fisuras entra el soplo de la libertad, como supieron los que derribaron el Muro de Berlín. En estos tiempos grises se erigen otros muros todavía. Les espera idéntica suerte.
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