Se acabó lo que se daba
Pi, pi, pi, tres cortos y contundentes silbatazos dieron por finalizados los suspenses de esta Liga. Tres pitidos que seguro les supieron de forma muy distinta a los diferentes protagonistas. En unos casos, liberadores de alegrías desbordantes como las que se vivieron en La Rosaleda y en el Camp Nou, donde los locales celebraban cosas tan dispares como la permanencia y el campeonato. Se diría, viendo las imágenes, que había más desesperación en los malagueños y más fiesta en Barcelona. Se diría que la alegría malaguista era la de los que se liberan de una tortura y la catalana era de aquellas que se viven con una sonrisa tonta colocada en los labios, de aquellas que duran toda una semana, y que no se sabe muy bien por qué ni cómo sobreviven a todas las notas negras que el día a día nos acercan en estos tiempos revueltos.
Tres pitidos que por otro lado eran el epitafio sonoro de las ilusiones de otros muchos que veían cómo sus sueños salían volando. Se diría que los jugadores del Tenerife deseaban que su partido fuera eterno y que nunca finalizara el tiempo de ser de Primera. Se diría que los jugadores del Real Madrid cerraban con los tres pitidos un sprint que no les permitía remontar al líder, quedándose a un palmo de la gloria, allí donde una cantidad enorme de puntos sólo les dejaba rozar un título que habían perseguido con ahínco.
Tres pitidos y el final de tantas historias. Tres pitidos y tantas emociones que se desbordan. Tres pitidos y se acabó lo que se daba. Y en medio de tantas emociones colectivas, algunas individuales que se desbordaron en forma de lágrimas de alegre tristeza, aquellas de quienes sintieron que una etapa de sus vidas se cerraba con ese último partido, con esa última jugada, aquellas que sirvieron para cerrar las carreras de extraordinarios futbolistas como Joseba Etxeberria y Rubén Baraja. Puede ser que a esta extraña convocatoria se puedan añadir algunos otros, ¿tal vez Raúl?, ¿tal vez Guti?, seguro que otros varios a los que mi desconocimiento los aleja de estas líneas, convocatoria de los que sintieron que los tres pitidos del colegiado de turno cerraban tiempo y actividad, tiempo y colores, que sintieron que nunca más iban a volver a sentir lo que significa ser futbolista, o al menos, no como lo han sentido en los últimos 15 años.
Tres pitidos que debieron ser especialmente significativos en el caso de Mejuto González, que se pidió arbitrar su último partido de Liga en San Mamés y a quien todos despidieron con abrazos como los que uno nunca hubiera pensado que un jugador pudiera compartir con un colegiado. Mejuto, a quien le queda el broche de la final de Copa del Rey, se situaba detrás de su silbato para cerrar y certificar su paso a la jubilación. Tres pitidos y fin, debió de pensar el asturiano y, tal vez, por un momento, su ángel malo le dijo que siguiera con el encuentro, que lo hiciera inacabable para que el recreo fuera eterno. Pero le pudo el cumplimiento del deber, la perfecta asunción del deber del juez, para recoger un chaparrón de aplausos de un público que había acudido a homenajear a un grande de la gran historia rojiblanca y, de paso, le tributó su mejor homenaje al colegiado.
Y es, para todos ellos, el primer día de su otra vida. De aquella en la que van a tener que acostumbrarse a que precedan su nombre con ese feo prefijo de ex. Ex futbolista, ex athlético, ex valencianista, ex árbitro (bueno, Mejuto tiene prórroga hasta mañana). Toda tu vida metida en dos letras. Pi.
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