Regalos
El otro día comentaba un medio británico la decepción que experimentaban los visitantes del pabellón inglés para la expo de Shanghai, diseñado por el joven artista y arquitecto de ultra moda Thomas Heatherwick, conocido por su uso inesperado de materiales y soluciones de ingeniería audaces para esculturas y edificios públicos. La decepción venía porque después de esperar horas al sol para ver algunos de los muchos logros del arte o la cultura inglesa, se daban de bruces con el más absoluto vacío: allí no había nada, ni siquiera una película proyectada. El edificio, como por otro lado ocurre a menudo en las "expos", era la esencia del espectáculo, la obra a exponer en sí misma.
Aunque en este caso concreto el vacío es sólo aparente, dado que el edificio, con forma de flor, un diente de dragón gigantesco, guarda en todas y cada una de las miles de púas que configuran su estructura simientes de los famosos Kew Gardens de Londres, símbolo de las tradiciones botánicas que configuran una cultura desde siempre preocupada por unas relaciones intensas y sofisticadas con la naturaleza. Esta Catedral de las simientes -como se ha llamado al pabellón- tiene además una función social que habla de futuro y que va más allá del simple espectáculo: cuando el evento termine, las simientes serán, parece, donadas a diferentes escuelas por toda China creando un vínculo que va más allá del mero consumo cultural que implican las "expos". Pero claro, vaya usted a contar la maravillosa iniciativa a los que han estado cinco horas al sol para ver algo...
Sea como fuere, es posible que el problema no resida en la propuesta, ajustada al antiguo espíritu de las exposiciones universales y su tradición, mostrar las preocupaciones y las innovaciones de cada época, sino en lo absurdo de dichas "expos" que se han ido convirtiendo en una especie de reiterada muestra de arte contemporáneo, lo que supone ahora, con demasiada frecuencia, garantía de banalización, acumulaciones de imágenes sin ton ni son, para pasar el rato. Consumo cultural, se advertía. No es de extrañar, dado que la tradición de las exposiciones universales no tiene ya razón de ser. Tenían sentido cuando casi todo, y sobre todo la información, escaseaba. Ahora que nos sobra bastante de mucho las "expos" no dan a conocer maquinaria o inventos, sino que optan por el éxito asegurado en la industria cultural: arte, diseño.
Bueno, sobra de todo menos los visitantes en Shanghai, dicen, que andan escasos, cosa de la cual, con perdón, me alegro, porque tal vez quiere decir que el público se va dando cuenta de lo absurdo de viajar hasta una ciudad para tener el mundo a la mano en un día, en un paseo, como ocurría con la expo colonial de París de 1931 que tanto odiaron los surrealistas. Eso sí, dicen que las ventas en Shanghai van viento en popa..., y de eso se trata, ¿no?
Me pongo a pensar un momento en el bello malentendido del pabellón inglés y en cómo en este mundo absurdo que vivimos es más sencillo comprar que recibir regalos, la ceremonia del don que el maestro de Levy Strauss, Marcel Mauss, comentaba en un libro mítico, publicado por vez primera en 1925, y reeditado en castellano: Ensayo sobre el don: forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas (Katz editores). Tres son las fases en dicha ceremonia: regalar, aceptar y devolver. ¿Se han preguntado alguna vez por qué siempre que nos hacen un regalo nos vemos en la necesidad de hacer otro regalo igual o mejor? Tal vez por eso a muchos les gusta más comprar y por eso no se ha entendido el pabellón inglés. Tal vez.
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