Bahamas exprés
Un fin de semana desde Miami para nadar con delfines, tumbarse al sol y desconectar
En un crucero, casi todo gira alrededor de la comida", me aseguró la uruguaya Rosita Schandy cuando charlé con ella en su pequeña oficina del Norwegian Sky, el buque donde funge como directora de hotel. Sin tener sus años de experiencia en cruceros turísticos, yo había llegado a la misma conclusión. Por eso, días antes de salir hacia Bahamas, me puse a dieta para poder comer, sin remordimientos de ningún tipo, los deliciosos platos y postres con que, estaba seguro, me tentarían en los cinco restaurantes del Sky.
Los cruceros que parten de Miami hacia Bahamas son muy populares por varias razones. Una de ellas: por un precio relativamente económico te tratan como si formaras parte de una familia real. Otra nada desdeñable: algunos son tan cortos que no es necesario pedir vacaciones para hacerlos. El que tomé, por ejemplo, zarpa los viernes por la tarde y está de vuelta el lunes a primera hora, de modo que la gente puede ir del puerto a su trabajo. Para los turistas de Estados Unidos y aquellos que llegan de Europa o América Latina, estas escapadas a Bahamas son una aventura extra que pueden combinar con sus visitas a los parques de Disney y Universal en Orlando y con los safaris por los centros comerciales de Miami.
¿Por qué escogí Norwegian y no otra compañía? Por el freestyle, una modalidad de crucero que consiste, sencillamente, en que los pasajeros pueden comer donde y cuando prefieran, y hacerlo con ropas informales. A diferencia de otros barcos, en los que debes elegir una hora determinada para tus cenas y te ves obligado a compartir la misma mesa durante toda la travesía con otros comensales (aunque a los cinco minutos de conocerlos sientas unos deseos irrefrenables de tirarlos a lo hondo del océano Atlántico), en los de Norwegian disfrutas de mayor libertad... y los vestidos de gala y los esmóquines brillan por su ausencia.
Bien, cumplidos los rituales de migración, ya estoy dentro del Sky. Avanzo por los pasillos en busca de mi camarote y por todas partes veo frescos y cuadros sobre las islas del Pacífico Norte. "¿Me equivoqué de barco?", le pregunto a una empleada filipina. "Oh, no, we go to Bahamas", me tranquiliza. Del porqué de esa decoración me enteré luego: años atrás, el Sky se llamaba Pride of Aloha y viajaba a Hawai. Después fue transferido a la ruta Miami-Bahamas, pero, al parecer, el cambio de look es una asignatura pendiente.
Una gran fiesta en la piscina anuncia el inicio de la travesía. La música de los altavoces recuerda el tamtan de la tribu de la película King Kong (la de 1933). Con ocho bares, una discoteca, un casino, un teatro, un spa, un gimnasio y varias tiendas donde comprar sin impuestos, la diversión está garantizada. Camino hacia la proa para alejarme del bullicio y disfruto observando cómo los rascacielos de South Beach quedan atrás y se difuminan en la distancia.
El Sky es un hotel náutico con 2.200 pasajeros a bordo. El 80% de ellos son estadounidenses (dicho esto, a nadie le sorprenderá que en cada una de las travesías se consuman más de 2.000 hamburguesas y el doble de hot dogs). El 20% restante de los turistas proviene de 60 nacionalidades diferentes. (En mi viaje, España estuvo representada sólo por cuatro chicas, pero, en verdad, se hicieron sentir como si fueran 400). A las órdenes de un capitán sueco, los 920 miembros de la tripulación también hacen gala de una gran variedad étnica, pues han sido reclutados en medio centenar de países, entre ellos algunos tan exóticos como Kiribati, Islas Mauricio o Nepal (de esta última república es la guardia de seguridad).
Peces tropicales
El sábado muy temprano arribamos a la capital de Bahamas. Las nueve horas que estaremos en Nassau -dos islas unidas por un puente- no alcanzan para todo lo que uno quisiera ver y hacer. En New Providence vale la pena recorrer el abigarrado mercado y apreciar los coloridos edificios que revelan la herencia británica de su pasado colonial. En la vecina Paradise Island, el gran atractivo es el resort Atlantis con su parque acuático Aquaventure. Contemplar los peces tropicales que nadan tras las paredes interiores de cristal del hotel es una experiencia casi zen, pero quien prefiere algo más animado puede irse a nadar con los delfines en Blue Lagoon o combinar submarinismo y un paseo en kayak.
Al día siguiente, el Sky se detiene cerca de Great Stirrup, una islita privada a la que nos llevan barcazas para 450 pasajeros. Allí también puede elegirse entre diversas actividades, desde practicar el parasail hasta dar un paseo en catamarán para ver la fauna marina de las islas Berry. Sin embargo, la mayoría optamos por algo más convencional: tendernos en la arena o en sillas de extensión, bajo el sol ardiente, y darnos chapuzones en una playa de aguas increíblemente traslúcidas.
Ese domingo por la noche decidí probar el restaurante francés Le Bistro, uno de los tesoros del crucero. A la hora de los postres, puesto a elegir entre profiteroles o torta Napoleón, opté por ambos. ¡Al diablo los triglicéridos! Era casi el final del crucero y había que celebrar, ¿no?
Terminó el viaje. Al amanecer, ya estamos otra vez en Miami. Bajamos del Sky desestresados, con la impresión de que la cuidadosa puesta en escena del fin de semana ha sido concebida y ejecutada exclusivamente para nosotros. De eso se trata. Pero sólo un rato después de que el último viajero haya salido del barco, otras 2.200 personas subirán a bordo y, como por arte de magia, todo comenzará de nuevo.
» Antonio Orlando Rodríguez fue ganador del Premio Alfaguara 2008 con su novela Chiquita.
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