"Fui a asegurar, hice lo correcto"
Montero recuerda el tapón ilegal de Vrankovic en la final de París 1996 que privó al Barcelona de conquistar la Euroliga
La historia de algunos baloncestistas, para bien o para mal, se define por una jugada puntual. Una acción, un relámpago, una décima de segundo, dejó una cicatriz en uno de los mejores jugadores de los años ochenta y principios de los noventa. José Antonio Montero fue un adelantado, un base de 1,93 metros, más alto de lo que se estilaba y capaz de actuar con la soltura y rapidez de los timoneles de entonces a la vez que movía a su equipo, el Barça.
Montero fue el segundo español en un draft de la NBA al ser elegido, en 1987, por Atlanta (el primero, el madridista Fernando Martín, en 1985, por Nueva Jersey, que traspasó a Portland los derechos sobre él). También dejó para el recuerdo su sensacional duelo con el dios griego que reinaba en el basket europeo, Gallis, al que dio un repaso en el Campeonato de Europa de 1987, en el que España fue la única que ganó a Grecia, a la postre campeona.
"Nunca he pedido explicaciones. Pensé: 'Hay que vivir con esto"
Se podrían añadir decenas de hitos en la carrera de Montero. Sin embargo, pasó a la posteridad por lo que sucedió el jueves 11 de abril de 1996 en París, desde mañana sede de nuevo de la final a cuatro de la Euroliga. Fue un tapón ilegal del croata Vrankovic que los árbitros no vieron. Quedaban cuatro segundos. No hubo margen para más. Ganó el Panathinaikos por 67-66 y frustró el primer título del Barça en la Copa de Europa.
Aquella jugada se produjo en el Palacio de Bercy, el mismo escenario en el que el Barça, 14 años después, vuelve a aspirar a una corona que logró colocar por fin en sus vitrinas por primera y única vez en 2003. Montero no quiere darle más vueltas. Hace tiempo que se propuso olvidar ese episodio. Pero, ante la insistencia, abre una rendija por la que asoman recuerdos, sensaciones y un modo de entender y amar el baloncesto: "Para mí, es una anécdota. No niego que en el momento en que pasó y probablemente hasta el final de mi carrera fuera un tema presente, pero de la misma forma que lo fueron otras muchas cosas. ¡Hombre!, por supuesto, fue una anécdota dolorosa porque tuvimos un equipo sensacional. Tocamos el cielo, pero alguien nos lo arrebató".
El tapón de Vrankovic se produjo una vez que el balón había tocado el tablero, lo cual no está permitido. La injusticia, que los árbitros no dieran canasta, fue tan manifiesta que un mes después la Federación Internacional (FIBA) remitió una carta al Barça. En su segundo apartado, dice: "La FIBA admite, en razón de las anomalías producidas, el derecho que asistía al Barcelona en la reclamación ante el juez único a pesar de que fuera rechazada por este. La FIBA desea con esta declaración ofrecer una compensación moral (...) por el posible perjuicio causado por los errores cometidos en la medida que podrían haber afectado al resultado final".
"Yo no he estado desde entonces en el museo del club", cuenta Montero, "pero creo que ese escrito está allí expuesto. Por lo tanto, oficialmente, no nos deben ninguna explicación. Extraoficialmente... Que me deban algo no aporta nada a mi vida. Más que deber, lo que sí creo es que aquella generación del Barça se merecía el título por haber estado tantos años allí. En 2003, cuando se ganó, estuve en el Palau San Jordi con mis dos hijos. Ese triunfo le quitó un peso histórico de encima al club. Pero para mí no cambió nada. La prueba es que 14 años después hablamos de lo mismo".
Reparaciones morales al margen, también hubo dedos acusadores apuntando a Montero incluso en el interior del vestuario del Palacio de Bercy, en el que un directivo ajeno al Barça le recriminó la acción. Tiempo después, le pidió disculpas. Muchos consideran que habría tenido que optar por un mate. Montero recuerda: "El balón salió despedido después de una jugada muy confusa en nuestra defensa en la que Yannakis acabó en el suelo. Tuve que agacharme para recoger el balón porque venía rodando. Además, estaba mojado. Pensé: 'Asegura, no vaya a ser que se resbale'. Cuando dejé la bandeja fue cuando vi la mano de Vrankovic. He oído tantas cosas después... Algunas tan absurdas como que alguien en Estados Unidos hizo un estudio que decía que el balón no habría entrado. Yo nunca he pedido explicaciones a nadie. Llegó un momento en que pensé: 'Hay que vivir con esto, para lo bueno y lo malo'. Pienso que hice lo correcto y que el equipo también obró correctamente".
Ante la insistencia, reconoce un posible error: "No me he dedicado a ser entrenador, pero, de haberlo sido, sé lo que habría hecho. Aunque a toro pasado todo es muy fácil, no me habría ido de allí sin solucionar el asunto antes de que acabara el partido".
Una vez que concluyó su carrera, Montero trabajó para la federación española y fue su representante en la FIBA. "No he vuelto a hablar con Vrankovic, aunque es un tipo de pocas palabras. Con Dorizon [uno de los árbitros] me encontré en Francia cuando fiché por el Limoges, pero no hablé porque lo mismo le habría dicho cuatro cosas. A Virovnic [el otro árbitro] me lo he encontrado varias veces y..., bueno, baja la cabeza y se va para otro lado". ¿Y con la gente de la FIBA? "No voy a decir con quien, porque no me parece elegante, pero tengo que decir que, las primeras veces que me incorporé a la FIBA, gente que estuvo implicada en aquel partido vino a darme explicaciones, lo que me sorprendió".
Montero, que empezó a disputar aquella final a cuatro contra el Madrid justamente el día en que falleció su abuelo, que para él era como un padre, sonríe cuando se le comenta que, de haberse producido hoy la jugada, el resultado habría sido diferente. Ahora hay tres árbitros y no dos. Ahora se puede revisar en esos casos extremos el vídeo. "Tampoco es ningún consuelo. Lo que me tranquiliza es que a los jugadores del Barça que van a jugar esta vez en París no les va a suponer ningún peso ni desventaja porque son ajenos a ese pasado: ya se ganó el título", concluye.
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