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Columna
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El hervor y un huevo

Cuanto mayor es la altura, más lentamente hierve un huevo. Y por lo tanto, el punto de ebullición es más bajo. Lo he leído en un experimento de un profesor de Química de la Universidad de Pittsburgh. Según este científico un huevo tarda unos tres minutos en hervir en Nueva York y un poco más en México. Esta última ciudad está 2.450 metros más elevada que cualquier cocina de Nueva York, por lo que cuando el agua bulle en la Gran Manzana está siempre un poco más caliente que cuando lo hace en México.

Esta curiosa teoría es trasladable a la política. No es lo mismo lo que tarda en hervir un dirigente que es concejal de su pueblo, que si a ese mismo dirigente lo ascienden a un puesto de mayor responsabilidad. La altura del cargo condiciona el punto de ebullición, que es más bajo cuanto más arriba se está, lo que conlleva una consecuencia lógica: tarda más en hervir. Esto es lo que parece que está ocurriendo con algunos miembros de la nueva ejecutiva regional del PSOE. Mi abuela lo hubiera explicado de forma menos científica: "A esta gente le hace falta un hervor".

La nueva estructura socialista en la dirección regional, en el Parlamento andaluz, o en algunas provincias, parece actuar como si a sus dirigentes les faltará todavía un puntito de cocción. Se trata de dirigentes muy bregados en refriegas orgánicas, pero algo bisoños en los quehaceres cotidianos. Este hecho explicaría acontecimientos tan insólitos como los ocurridos en Andalucía. El grupo socialista votó en el Parlamento 29 enmiendas a la Ley de Aguas presentadas por el PP, y a los cinco minutos se dieron cuenta de que acababan de aprobar propuestas que cambiaban sustancialmente el contenido de la propia ley.

La experiencia, además de la madre de la ciencia, es prima de la prudencia. Y algo de ella se echó en falta durante la pasada huelga del servicio de autobuses de Sevilla (Tussam) en plena Feria de Abril. La nueva dirección regional alcanzó un acuerdo con los sindicatos a espaldas del Ayuntamiento, en una intervención que logró acabar con dos cosas. Con la huelga y con el vicepresidente de Tussam, Guillermo Gutiérrez, que presentó su dimisión al cerrarse la negociación a sus espaldas.

El otro día en Málaga, la nueva dirección socialista protagonizó otro hecho inaudito. Es un secreto a voces que los candidatos a las alcaldías lo pactan primero los líderes y luego se lleva a las agrupaciones para que éstas propongan al que previamente ha sido ya elegido. El proceso se rodea de cierta democracia interna. Es decir, se hace creer que son las agrupaciones quienes proponen distintos candidatos, eligen a uno de ellos y luego es la dirección la que lo ratifica.

Por primera vez en mucho tiempo se ha hecho todo igual que siempre, pero esta vez sin rodeos. La dirección anunció que el candidato lo habían elegido ya el secretario general, José Antonio Griñán, y el secretario provincial, Miguel Ángel Heredia, en una reunión que mantuvieron los dos. Llamaron a los periodistas para decir que tenían candidato, pero que no daban el nombre. Al día siguiente el propio Griñán se encargó de desmentirlo. Ni había habido encuentro ni existía candidato cerrado, dejando a la ejecutiva de Málaga en el mayor de los ridículos.

Cuando se producen cambios tan importantes como los acometidos por el PSOE en su organización es fácil entender que se produzcan desajustes. Incluso, son normales las críticas de aquellos que se han tenido que ir para que entraran estos nuevos. Sin embargo, alguien debería explicarles a esta hornada de dirigentes que meterse en política no es tan fácil como freír un huevo. O mejor dicho, que hervirlo. Las formas de actuar de algunos de ellos está poniendo en ebullición al PSOE en algunas provincias. A los que estaban se les pasó el arroz, pero los nuevos parecen entender poco de cocina. De cocina política.

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