Marika Besobrasova, bailarina y maestra de ballet
Amiga de la princesa Grace, fundó la Escuela de Danza Clásica de Mónaco
La bailarina rusa nacionalizada monegasca Marika Besobrasova murió el 25 de abril, a los 91 años, en un hospital de Montecarlo. Nacida en Yalta el 4 de agosto de 1918, en una familia de clase alta de San Petersburgo, marcharon después a Dinamarca y a Francia. Estudió ballet con antiguos maestros rusos radicados en Francia como Julia Nicolaievna Sedova (su escuela de Niza fue la primera tras la diáspora provocada por la revolución bolchevique), Luvov Egorova (que abrió su escuela en París al abandonar los Ballets Russes de Diaghilev en 1923) y Víktor Gsovski, que venía del aula petersburguesa de Eugenia Sokolova. Besobrasova se adscribía a la tradición escolástica ruso-italo-francesa y rechazaba que la relacionasen con los métodos de aprendizaje soviéticos posteriores.
Su sistema de trabajo, ecléctico y a la vez estricto, se basaba en la academia y se demostró eficaz en décadas e infinitud de discípulos que han hecho carreras de mérito en distintos ámbitos del ballet internacional: Maina Gielgud (bailarina y directora del Ballet de la Ópera de Sidney); Amedeo Amodio (coreógrafo y director de Aterballetto); Toni Candeloro (director del Balletto di Puglia); Inmaculada Gil Lázaro (directora del Ballet de Teatres de Valencia), entre otros. Todos fueron pupilos en su escuela de Montecarlo, que en 1975 pasó a llamarse Escuela de Danza Clásica Princesa Grace.
Grace Kelly llevó al primer estudio de Besobrasova a sus hijas Carolina y Estefanía a estudiar ballet. Muchos ven en ello el origen de la pasión por la danza de la princesa Carolina, hoy la más importante mecenas europea de la especialidad y sostenedora de la compañía del principado, sus festivales y el Forum anual.
Besobrasova se estableció en Mónaco en 1952. Había sido bailarina de los Ballets de Montecarlo desde 1935 y en 1940 fundó su propio conjunto en Cannes. Tras tres años, fue la maestra titular del Ballet del Marqués de Cuevas entre 1947 y 1949, y pasó al Ballet des Champs Elysées donde permaneció hasta 1951. Un año después abrió su escuela en Montecarlo y se hizo cargo de los bailables de la Ópera del Casino Garnier. Siguió enseñando y coreografiando en las Óperas de Roma, Copenhague, París, La Scala de Milán, Zúrich, el Teatro Nuovo de Turín y Stuttgart.
"La belleza del alma se refleja sin explicaciones en la belleza del cuerpo", escribió cuando se le concedió el Premio Benois de la Danza. "Esta idea es la base de mi enseñanza [...] en la búsqueda de un verdadero talento. Sólo una persona con un rico mundo interior puede llegar a ser un gran artista [...]. Es necesario tener sentido de la disciplina, persistencia y voluntad de hierro junto a una amplia visión".
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