La mente como arma
En su 50ª final, Nadal vence en Roma a Ferrer bajo la lluvia y con un juego de claroscuros
Entre los chispazos de lluvia, mientras la pista se vuelve un barrizal y se descuentan dos interrupciones, Rafael Nadal se mueve como un peso pesado: con terribles manotazos y pies poco ligeros. David Ferrer, el carnicero del master de Roma, en la final tras eliminar al número cuatro (Andy Murray), el número nueve (Fernando Verdasco) y el número diez (Jo Wilfried Tsonga), está ante su gran oportunidad. Nadal tiene problemas al resto, "con las manos flojas". En ocasiones llega tarde y arma con dificultad sus golpes. Vive sufriendo, los dos rivales afectados por el agua, el viento y los parones, y sufriendo ataca: ganó 7-5 y 6-2 tras sumar 3 de 13 bolas de break (5 de 25 incluyendo la semifinal). Llegan el torneo de Madrid y su altura (8 al 16 de mayo). Aguarda Roland Garros a la vuelta de la esquina (desde el 23). Nadal olfatea su gran momento desde una doble perspectiva: puede mejorar el juego, pero va recuperando su argumento más temible. El triunfo nació de la fortaleza de su cerebro.
Tuvo problemas al resto, armó tarde algunos golpes, y ganó desde su cabeza
Con su triunfo, el español iguala el récord de 17 'masters' de Andre Agassi
Acunado por la arcilla, el mallorquín se sobrepuso a los efectos de la durísima semifinal disputada contra el letón Ernest Gulbis -"me restó un pelín de confianza. Salí con dudas"-, a los dos parones - "cabeza fría y a no enfadarse", recetó- y a la ristra de ocasiones perdidas con un juego de claroscuros. Son ya 17 masters, lo que iguala el récord de Andre Agassi. Son ya dos trofeos en 2010 (Montecarlo y Roma, donde cedió un solo set) con los que reforzar el muro de su confianza, aún falta de la prueba que supondrá jugar contra uno de los ocho mejores, con los que no se cruzó en los trofeos vencidos. Y son ya 38 títulos -seis de ellos grandes- en 50 finales, dos datos impresionantes cuando resumen la carrera de un tenista que en junio cumplirá los 24 años.
Llovió a cántaros en Roma. Lo mismo pasó, vaya coincidencia en aniversario tan redondo, un lejano día de 2004, cuando el mallorquín ganó su primer torneo en Sopot. Los cuartos y las semifinales debieron disputarse el mismo día. En la penúltima ronda Felix Mantilla midió a aquel chaval de 17 años: "Y ya tenía un físico prodigioso. A mitad de partido yo ya estaba doblado. Recuerdo que vi una ambición, una ilusión y unas ganas de ganar que mantiene hoy, lo que es muy difícil. Jugaba con mucho margen, como si tuviera una marcha más". La descripción, incluidas las mejoras apreciadas por Mantilla - "varía más, ya no se basa en minar al contrario golpeando contra su revés con la derecha y ha mejorado el revés cruzado"-, sigue vigente. Queda saber si el número tres, que aún tiene opciones de llegar como número dos a Roland Garros, se parece más al implacable jugador de Montecarlo o al Nadal humanizado de Roma. Una actitud vital, sin embargo, une los dos torneos. "Nadie le aguanta la intensidad de juego", dice Mantilla.
Nadal vivió momentos difíciles durante el torneo: contra Wawrinka, contra Gulbis y contra Ferrer. "Los superé bien mentalmente", dijo. Se acerca Roland Garros. Aguarda aún la prueba de competir contra los mejores. Y Nadal, mientras tanto, manda.
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