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Columna
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Marina Albiol

La joven Marina Albiol, diputada autonómica de Esquerra Unida del País Valencià, se descolgó un día por las calles de la capital de La Plana, su pueblo natal, con unas jocosas pegatinas que aludían a la imputación de Carlos Fabra en varios delitos contra la Administración pública y fraude fiscal, y desató los nervios del prócer castellonense. El político conservador anduvo por los Cerros de Úbeda, airado con el tema de los adhesivos: corrió a los juzgados, presentó una querella por considerar lastimado su honor calderoniano, y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana acabó por archivar la querella y causa de las pegatinas contra Marina Albiol. Quizás los togados no vieron en las mismas mayor maldad o delito que el que pudiera existir en la vestimenta carcelaria de Joe, William, Jack y Averell Dalton en las inigualables historietas de Lucky Luke. Por el mismo motivo, debieron pensar los jueces, George Bush hijo hubiese tenido que querellarse contra las masas de jóvenes que en todo el mundo se pasearon por las calles contra la invasión de Irak y con la caricatura del entonces presidente norteamericano con uniforme de presidiario. El humor y la distensión jocosa no suelen andar lejos de la sangre nueva. En ocasiones, incluso, no anda lejos de la razón y el común de los sentidos.

Los pocos años y la edad florida de Marina Albiol tampoco andaban faltos de sentido común ese otro día. Los vaqueros y cherokees en el cercano oeste de los dos grandes partidos políticos valencianos habían dado su visto bueno a los PAI con campos de golf y al proyecto de Mundo Ilusión, el sueño faraónico de Fabra, según la militante de EUPV. La diputada calificaba de monstruosidad la aprobación de un complejo urbanístico con treinta y pico mil viviendas, con hoteles refinados y pistas de esquí como en Garmisch, con arrecifes caribeños y canales venecianos, con acuarios nunca vistos y bulevares parisinos, junto a un parque temático de magia y fantasía que requerirá, a lo peor, de inversiones públicas de la maltrecha economía valenciana. Una economía de no poco despilfarro público y escasa buena gestión. Una economía con una deuda pública de colmillos amenazantes. Una economía poco sostenible, si seguimos las manifestaciones hechas por la diputada. Una economía y un gasto que poco tienen que ver con las necesidades de los ciudadanos.

Y ahí están como botón de muestra los incontables problemas financieros de Terra Mítica, más al Sur. Como está la incomprensible unanimidad de cherokees socialdemócratas y vaqueros conservadores valencianos en cuestiones de cemento y PAI, afirma Marina. Y si un día vemos asediado por el macroproyecto de Oropesa-Cabanes el parque natural de La Ribera, pensaremos en cuanto dijo la joven Marina, y en que la prudencia no siempre es propia de los viejos, por la misma razón que la temeridad no siempre hay que buscarla entre los jóvenes.

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